Mis papitos y abuelitos





Pilar Eduvigis Orbegoso Sánez de Ruiz y Francisco Ernesto Ruiz Alarco, mis papitos (siempre creí que el apellido materno de mi madre había sido Sáenz, pero a raíz de su fallecimiento fue necesario rectificar el entroncamiento familiar en los registros públicos y quedó claro que su verdadero apellido materno siempre había sido Sánez).

Dicen que cuando un adulto mira las fotos de la familia de cuando era niño, no se fija tanto en cómo era él, sino en cómo eran sus padres. Y en mi caso, fue cierto.

Nuestros padres son todo nuestro mundo hasta que crecemos y tomamos conciencia de sus imperfecciones. Poco a poco abrimos los ojos y acabamos reconociendo que no eran superhéroes a quienes no les afectaba el dolor, el sufrimiento y el fracaso. Es cuando se nos viene el mundo encima y aceptamos que no eran santos. Se metían en dificultades igual que nosotros; a veces no sabían cómo resolver sus problemas, igual que nosotros; y seguramente lloraban en silencio debido a la frustración, impotencia, rabia y desilusión, igual que todos.

Sobre todo, cuando alcanzamos y rebasamos la edad que ellos tenían al casarse, reconocemos que eran tan mortales como nosotros, y que, quizás, comparativamente, a la misma edad hubiéramos sido hasta más frágiles e inexpertos que ellos, y entonces atamos cabos y procuramos comprender por qué cometieron los errores que cometieron.

Es fácil juzgar a los padres, pero muy difícil reconocer que eran tan imperfectos como nosotros, y que, en algunos sentidos, nosotros no éramos mejores que ellos. De todos modos, nos dejaron un preciado legado.

Recuerdo cuando yo tenía unos 20 años de edad, que mi madre me dio el mejor consejo de ética de mi vida.  Me dijo: "Imagina que navegas en un bote conmigo y con tu esposa. De repente, el mar embravece, el bote vuelca y se hunde. Yo termino a unos cincuenta metros de ti, y tu esposa termina a unos cincuenta metros, en lado opuesto, ¿a quién salvarías?".

Abrí los ojos asombrado y pensé: "¿Cómo puede preguntarme eso?". Me puso en una encrucijada terrible. Y al ver que se me hizo un nudo en la garganta, respondió con una dulce voz: "Tienes que salvar a tu esposa". Y añadió: "Tu vida debe continuar con ella, no conmigo". Quedé perplejo, como si me hubieran abofeteado para hacerme reaccionar.

No fue nada más que un consejo de ética. ¡Fueron un montón de consejos en uno! No pudo ser más mayéutica. A partir de ese momento, aprendí más lecciones que en todo el resto de mi vida, porque me trazó una clara diferencia entre mi opinión y la realidad. 

Me ayudó a entender que siempre debo mantener enfocado lo más importante. Me enseñó a distinguir entre mi mente y mi corazón. Me explicó magistralmente que ella no era mi dueña, sino una amiga y madre responsable. Y entonces entendí por qué nunca se divorció, sino que escogió salvar su matrimonio. Me hizo pensar en que, sin importar lo que decidiera en la vida, siempre implicaría un sacrificio que tendría que reconocer y aceptar con hidalguía.

Falleció el día de su cumpleaños. Su recuerdo nunca dejará de aportar lecciones para mi vida. Porque con aquel consejo de tan solo seis palabras, dejó sentada la base para tomar decisiones de ética que siempre tendría presente por el resto de mi vida. Prácticamente, resumió todos los consejos que me había dado hasta entonces.

Me enseñó que una madre debe ser principalmente una maestra, y su principal lección debía ser el amor. No un amor superficial basado en gustos y colores, emociones y caprichos, sino un amor ágape, que busca el punto de equilibrio verdadero, el bien común, la esencia de las cosas, el éxito por el mérito, no por la fuerza ni por un afán de gloria o reconocimiento. 

Si una madre no enseña ética, es muy difícil aprenderla después. Mi madre me enseñó a poner las cosas en su debida perspectiva. Cada cosa en su lugar. Por eso no me cuesta distinguir hacia donde dirigir mis pasos en medio de una niebla de opciones, y a aceptar con valentía las consecuencias que me pertenecen, ya sea a corto, mediano o largo plazo, ya sean agradables o desagradables.

Suena infantil, pero extraño mucho a mi mamá. Yo siempre he sido un escritor incansable. Comencé en mi adolescencia, y mi principal admiradora fue mi madre. Murió cuando yo frisaba los 52 años, y hasta el final solió leer todo aquello que me veía escribiendo. Nunca fue ajena a mis sentimientos. Siempre se involucró, y solía encomiarme cariñosamente por cualquier paso que daba hacia una meta. Nunca me menospreció ni me faltó el respeto como persona.

¿Y extraño a mi papá? La verdad, no tanto. Aunque generoso y alegre, era un tipo dominante. Murió de un infarto provocado por la ira. Era corpulento y deportista, campeón de peso pesado de box amateur (cuando se retiró, obsequió su gimnasio al Circolo Sportivo Italiano), de Pueblo Libre, Lima. Pero no te equivoque, no era un amargado. Siempre andaba contando chistes y anécdotas, imitando voces. Pero detestaba a Los Tres Chiflados. No le daban risa. No le gustaban los que temblaban por cualquier cosa.

No toleraba que nadie le tomara el pelo. No en un sentido coloquial, porque era bromista, sino en el sentido de que le faltaran el respeto. Por ejemplo, cierto día, le pidió un favor a un amigo que le debía una gran suma de dinero, pero este no mostró diligencia. De modo que montó en cólera y se dirigió a su casa para ajustarle las tuercas, pero tan pronto como llamó a su puerta, se desplomó y, fulminado por la presión emocional, no volvió a despertar. 

Tenía 57 años. El roble fue finalmente talado. Era su segundo infarto. Allí quedó. Fue irónico que aquello sucediera a solo media cuadra de la casa de su cardiólogo, el renombrado Dr. Mispireta... y nada menos que en el día del cumpleaños de mi madre. Trágico.

Creo que la mejor lección práctica que recibí de él, aparte de algunos consejos puntuales sobre boxeo y botánica, fue que la dominación, la reacción impetuosa y el amor propio deben mantenerse bajo control del intelecto. La falta de autocontrol puede llevar directamente a una muerte penosa.

Por eso, me preocupa cuando alguien aconseja a los jóvenes, diciéndoles: "Sigue a tu corazón". Porque aunque es cierto que uno debe seguir a su corazón cuando este no se interpone entre la razón y las consecuencias, el mejor consejo es el que nos ayuda a distinguir entre la realidad y la fantasía, entre un capricho y lo que es correcto. Solo así aprende  a distinguir entre el sentido de responsabilidad y la diversión, entre lo que es natural y lo que no lo es, entre lo justo e injusto, entre suma y resta, multiplicación y división, y entre cualquier cosa que se a uno se le ocurra.

Sí. Fue como si mi madre me hubiera dicho: "Escucha a tu corazón, pero obedece a tu mente; y decidas lo que decidas, acepta con valentía las consecuencias finales. Porque al margen de cualquier influencia malsana que pudieras haber recibido, las consecuencias serán tuyas y tendrás que vivir con eso para bien o mal. No eches la culpa a tus padres, a tus maestros, a tus amigos ni a Dios, porque ya sea que lo aceptes o no, o lo desees o no, hayas tenido la culpa o no, tú serás quien recibirá el primer impacto".

Mi mamá fue hija de Flora Sánez y Pedro Juan De Orbegoso y De la Puente, el que a su vez fue hijo de Nemesio De Orbegoso y Martínez de Pinillos (casado con mi bisabuela, Doña María Del Tránsito De La Puente y Quiñonez), que a su vez fue hijo del Gran Mariscal Don Luis José De Orbegoso Y Moncada (casado con mi tatarabuela, Doña María Josefa Martínez de Pinillos Y Cacho. "Los Orbegoso en el Perú" es el título de un exhaustivo libro que muestra su árbol genealógico, publicado en 1992 por mi tío Eduardo De Orbegoso Pimentel.

Lamentablemente, mi tío solo mencionó a mi abuelo materno como alguien que "murió soltero dejando descendencia". Por razones que desconozco, omitió mencionar por nombre a mi abuela materna, a mi madre y a su hermana. Eso entristeció mucho a mi madre porque hasta entonces habían sido primos muy queridos. Mi tío Eduardo solía visitar a mi madre, la llamaba "prima" y tenía agradables pláticas con ella y conmigo. Por eso, aquella omisión en la redacción la desconcertó mucho. Fue como si la hubiera bajado del árbol. Lo único que conservé de mi tío fue su libro, el cual me dedicó de puño y letra: "A mi sobrino...", atestiguando que mi madre efectivamente fue parte de aquel árbol.

Nací cuando mi mamá tenía nada menos que 41 años de edad y tres hijos, el menor de los cuales tenía 15 años. Y después de mí vinieron dos más: una mujercita y un hombrecito. En total, mi madre  tuvo seis hijos, el último de los cuales alumbró a los 46. ¡Imagínate! No fueron partos fáciles, pero todo salió bien, felizmente.

¿Por qué vine al mundo a una familia que ya estaba completa? Parecían esposos felices. Tenían tres hijos que estaban terminando la adolescencia y se llevaban un año entre sí. Ya estaban encaminados. Mi hermana mayor había estudiado en el Colegio Chalet, de Chorrillos (una monja del cual con el tiempo llegó a ser su cuñada), y mis dos hermanos mayores terminaron en el Santa Rosa, de Chosica. Tenían una casa preciosa, varios automóviles y varias propiedades y terrenos. Un negocio estable y con futuro.

Como técnico botánico, mi padre había heredado todo de mi abuelo paterno, una próspera cadena de florerías conocida como el "Jardín La Moda Elegante", afiliado a la FTD. Tenía una pequeña flota de vehículos de transporte. Era proveedor obligado de la tradicional orquídea para las fiestas de promoción y el clásico bouquet para los matrimonios de la alta sociedad.

Mis padres amaban la música. Eran pianistas amateurs y tocaban muy bien. Mi madre tocaba por música, es decir, sabía leer partituras, y mi padre lo hacía de oído. Cuando tocaba tangos argentinos y valses peruanos, parecía romper el piano. Ambos cantaban y silbaban muy bonito. De hecho, mi padre tenía voz de tenor. Lamentablemente, para hacer carrera, él hubiera tenido que viajar a España en su adolescencia para continuar sus estudios. Pero mi abuela Carmen no lo dejó ir. Era su único hijo. No hubiera soportado su ausencia y lejanía, sobre todo, porque era viuda y era todo lo que le quedaba.

Mis papitos eran apuestos y lo tenían todo. ¿Para qué traer más hijos al mundo? Bueno, como mencioné antes, entre Kike (el menor de sus tres hijos) y yo hubo 15 años de diferencia, y ese tiempo no transcurrió inocentemente para mi padre. Tuvo 4 hijos fuera del matrimonio, lo cual rompió el corazón de mi madre y relegó a segundo plano a mis hermanos mayores.

Mis hermanos por parte de padre, de mayor a menor, fueron Ricardo, Antonio, Manolo (Juan) y Paquita. Casi no tengo fotografías de ellos, porque vivíamos separados. Solo nos veíamos de vez en cuando. Hubo un tiempo en que mi madre permitió que frecuentaran la casa, porque, según decía, ellos no tenían la culpa de nada. Antonio era quien más frecuentaba la casa. Incluso mi hermano Kike lo dejaba chapalear su piano de vez en cuando. Todos ellos eran mayores que yo.

Mi sobrina Claudia pudo disfrutar por muchos años en Venezuela de la compañía de Juan (Manolo), casado con Juanita. Manolo falleció hace muchos años.

Mi madre nunca lo supo, pero aparentemente también tuve un hermano por parte de padre cuyo nombre y vida desconozco, hijo, según me refirieron, de una señora llamada Julia. Disque vivían en Santa Clara. Si mi padre tuvo otros hijos, no sé. Ya nada me asombraría.

Bueno, en un tiempo en que mis padres casi se divorcian, la gente consideraba que el matrimonio no debía romperse por ningún motivo, de modo que el cura aconsejó a mi madre que luchara por mantener viva la llama. Eso significó reconciliarse con él. ¡Qué tal consejo (hoy sé que la Biblia sí admite el divorcio bajo cierta condición)! En fin, al margen de todo, mis hermanos mayores siempre habían pedido: "¡Queremos un hermanito! ¡Queremos un hermanito". ¿Por qué no intentarlo?

Fue así como, a mediados de 1950, viajaron a París. Supongo que por esa razón me agrada tanto la canción Sous le Ciel de Paris. De hecho, ellos no lo sabían todavía, pero aparentemente yo regresé en el vientre de mi mamita como el primero de su segunda camada, jeje. Ella frisaba los 40. Por eso, al poco tiempo, se asustó mucho cuando sintió unos dolores en el vientre. Fue a ver al médico creyendo que tenía un quiste. El médico le dijo: "Sí, hija mía, es un quiste que saldrá solito dentro de 9 meses".

¡Magaliru estaba en camino! En aquel tiempo, Edith Piaf subía hasta la cumbre de la popularidad. Era la cantante francesa de moda, y el impacto de sus canciones invadía todos los estratos sociales. Su temblorosa voz parecía la de un gorrión (de hecho, piaf significa gorrión, en francés). Era inconfundible. Proyectaba una imagen muy peculiar y les rompía el corazón a los enamorados. Era simple como una flor del campo. Sus interpretaciones fueron excelentes.

Voy a congelarme un momento en los años 50 y dedicarle algunas líneas a Edith Piaf porque su obra fue prolífica como compositora e intérprete. Y aunque todas las canciones que cantó no llegaron a ser tan conocidas que llegaran con igual fuerza hasta el siglo 21 , no debe ser olvidada.

Piaf es recordada como cantante de La Vie en Rose, La Foule (puedes buscar en Internet y resolver un malentendido relacionado con esta canción), Non je ne regrette rien, Padam Padam, Hymne à L'Amour, Milord, L'Accordeoniste, Les Trois Cloches, Les Mots de L'amour, L'Homme à la Moto y otras.

Y es apropiado mencionar que hasta ahora se orquestan las canciones que cantaba, aún las menos conocidas. En nuestros tiempos la gente no suele gustar del estilo de Piaf, por lo que muchos las han arreglado para añadirles frescura. Probablemente las has oído por ahí. Por ejemplo:

"La vie en rose"
"Amor de mis amores" que a veces lleva el título "Que nadie sepa mi sufrir (La Foule)" *
"No lamento nada (Non je ne regrette rien)", que en su época fue el equivalente de "A mi manera")
"Las palabras del amor (Les mots de l'amour)"
"L'homme a la moto (El hombre de la moto)"
"Les trois coches (Las tres muescas)"

Bueno, volviendo a mi family, mi hermano Kike estudiaba música en el conservatorio y no soportaba que mi padre le diera tan duro al piano cuando tocaba sus tangos y valses. Kike decía que era cuestión de técnica para producir sonidos fuertes al darle a las teclas y que no era correcto chapalearlas como hacía mi apá. Pero no niego que aquellos tangos sonaban preciosos.

Desgraciadamente, mis hermanos no se llevaban bien con mi padre. ¿Y qué esperaba? Había tenido cuatro hijos fuera del matrimonio. Seguramente le abrigaban resentimiento. No sé. Mis padres nunca me lo explicaron. Fue Kike quien me explicó el entuerto.

De hecho, mi abuela engrió tanto a mi padre que terminó haciéndole un gran daño. Al darle gusto en todo durante 20 años, no lo ayudó a madurar emocionalmente. Tampoco administró adecuadamente el negocio de mi abuelo. Con dos familias que mantener, hizo agua por todas partes.

Fue Gobernador del Distrito 445 del Rotary Club, y más tarde, candidato a una senaduría cuando el General Manuel A. Odría intentó recuperar la Presidencia del Perú por medios democráticos en (1962-1963). En realidad, se descubrió un fraude. Odría terminó sepultado políticamente, y mi padre despilfarró casi todo su patrimonio en la campaña. No pensó que lo arrastraría al hoyo con él.

Falleció en 1967, a los 57 años de edad, cuando yo tenía 16. Mi mamá se durmió 17 años después, en 1992, en la clínica Maison De Santé, de Lima, a los 82 años de edad, cuando yo tenía 41. La llevamos de emergencia por una fractura de cadera. Antes de ingresar al ascensor que la llevaría a la sala de cirugía, me miró con lágrimas en sus ojos, como diciendo "Adiós. No creo que salga de esta", y yo le di un beso y le susurré al oído: "No te preocupes, mamita. Todo va a salir bien".

Pero el cirujano nos dijo que cuando estaban suturando la herida, su corazón no resistió, y su vida se apagó como una humilde velita, tal como ella presagió. Me dejó solo, 'con sus canciones' y algo más. A veces, cuando escucho mi canción "Tus palabras", imagino como si fueran 'Sus palabras'.

Mis papitos nacieron en 1910. Y aunque guardaron bien las apariencias, mi madre nunca ocultó cuánto lo amaba. Lo perdonó sinceramente y lo amó inmensamente hasta el fin. 

El pensamiento que le dediqué en mi corazón cuando nos dejó fue: "Perdóname, mamita, por no haber cumplido mi misión. Se suponía que yo naciera para reconciliarlos, y solo lo conseguí a medias, si es que en realidad logré algo. A veces, siento que vine al mundo por gusto, porque la razón de mi vida no funcionó. No sabes cuánto lo lamento, mamita. Siempre recordaré nuestro secretito bajo el cielo de París."

Hoy mis papitos ya no están, y al tiempo de actualizar este artículo (2022), casi todos mis hermanos han fallecido. No puedo abrazarlos y no puedo alcanzarlos. De estos, solo quedamos Pedro y yo.

Mis abuelitos


Mi abuela paterna, Carmen Alarco Castro de Ruiz, fue madre de mi papito Francisco Ernesto Ruiz Alarco. Una mujer caracterizada por la bondad y generosidad. Su mano siempre estuvo abierta para con el necesitado, especialmente con los curas de la parroquia de San José, de Jesús María, para quienes era todo limosnas. Siempre nos llenaba de obsequios y atenciones. Su recuerdo es imborrable en mi corazón, a pesar de que falleció cuando yo era todavía muy joven.

Mi abuelo paterno, Francisco Ruiz Olivier, esposo de mi abuela Carmen, padre de mi papito, Francisco Ernesto Ruiz Alarco. Mi abuelo fue un exitoso empresario dedicado a la botánica. Fundador y propietario, como dije, del Jardín La Moda Elegante, primera franquicia de FTD (Florists' Transworld Delivery). Contaba con una cadena de florerías de primer nivel en Lima, Perú. Su frase favorita: "¡Dígalo con flores!", era el slogan de la compañía. En el distrito de Pueblo Libre, Lima, Perú, le dedicaron un parque a su nombre, el Parque Francisco Ruiz Olivier.

Como dije, a su tienda acudían casi todos los jóvenes estudiantes de la alta sociedad para comprar el tradicional bouquet que obsequiaban a sus parejas en el baile de promoción. Usualmente, se trataba de una preciosa orquídea finamente decorada.

También le solicitaban mucho el clásico bouquet de matrimonio, de deliciosas gardenias y eucaris bellamente dispuestos. Eran arreglos florales muy bonitos y delicados que las novias solían arrojar hacia atrás (se creía que la suerte de casarse recaía sobre la amiga que lo atrapara). Esos finos arreglos distaban mucho de los bodoques pesados y difíciles de cargar que se comenzaron a hacer muchísimos años después, que casi podían romperle la cabeza a cualquiera.

Otro de mis recuerdos era que en aquellos tiempos la gente sentía temor de colocar plantas en el interior de sus casas, y por las tardes, las sacaban al jardín. Otras chamuscaban sus plantas bajo el sol porque no entendían que eran plantas que solo prosperaban bajo sombra o luz indirecta, como el Anturium. Él fue quien introdujo la decoración con plantas de interiores, y su pasión eran las orquídeas. Tenía invernaderos enteros dedicados a ellas y grandes propiedades dedicadas como viveros. No alcancé a conocer a mi abuelo personalmente. Murió mucho antes de que yo tuviera esa magnífica oportunidad.

Este señor fue mi abuelo materno, Juan Pedro De Orbegoso y De La Puente, padre de mi mamita, Pilar Orbegoso de Ruiz. También le decían Pedro Juan. Murió soltero dejando descendencia. Fue nieto del Mariscal Orbegoso, Presidente Provisorio de Perú. No lo conocí. Murió mucho tiempo antes de que yo naciera.

Lamento mucho no tener una foto de mi abuelita materna, Flora Sánez, una morenita que en su juventud debió de ser muy bonita. De ella creo que heredé mi bemba y el color de piel. Creo que por causa de mi abuela, mi tío Eduardo De Orbegoso Pimentel, primo y muy amigo de mi mamita, no incluyó el nombre de mi mamá en su libro "Los Orbegoso en el Perú" porque Flora y Pedro Juan no estaban casados. Además, muy probablemente, por el color de su piel.

Sin embargo, tan pronto como mi tío Eduardo publicó su libro, tuvo la gentileza de visitarme en casa y obsequiarme personalmente aquella copia, autografiada con una cariñosa dedicación en la que me reconocía como su sobrino, algo que él jamás hubiera hecho, habiendo sido tan estricto en su investigación y tratándose de un asunto tan serio. 

Por otro lado, existe un entroncamiento en los registros públicos que respalda a mi abuela Flora. Algún día tal vez pueda conseguir una fotografía suya. A la derecha, mi bisabuelo Nemecio De Orbegoso y Martínez de Pinillos (1828-1886), hijo de mi tatarabuelo, el Gran Mariscal Orbegoso. De él proviene mi rama familiar.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Magarilu, no encuentro tu nombre por ningun lado, ni el nombre de tu padre en la seccion "mis padres", como si no quisieras mencionarlo a proposito.
Como se llamaba?

Anónimo dijo...

Es correcto. Hay razones. Es un blog de acceso para mi familia, aunque no lo he bloqueado porque, de hacerlo, tendría que estar enviando contraseñas a todos, y eso con el tiempo se volvería muy complicado.

Pero los que son de la familia o sus allegados pueden dar con esa información fácilmente conversando con el tío, el abuelo, etc. Es solo una manera de proteger de alguna manera su privacidad. No es que sea un secreto, sino que es mejor así.

Estoy seguro de que, así como discerniste la razón, también sabrás comprenderlo.

Claudio dijo...

Hola Magaliru. Invitame por Facebook. Tenemos cosas interesantes que conversar. Un abrazo.

magaliru dijo...

¡Hola, Claudio! ¡Qué gusto tener noticias tuyas! No uso las redes sociales. Por favor, envíame tu email.