Mi hermana Carmela


Carmela

Esta es mi hermana Carmela, la mayor de los hijos de mis padres, a quien todos llamaban cariñosamente Mememe. Fue una segunda madre para mí. De hecho, ella tenía 18 años cuando yo vine al mundo. Nació en Lima, Perú, en 1934. 

Se enamoró de Carlos Alejandro Zevallos Herrera, un apuesto joven estudiante de medicina y amigo del barrio, que se convirtió en un extraordinario patólogo en los Estados Unidos. Se casaron rodeados de una felicidad envidiable. Con el tiempo, tuvieron cuatro hijos: Ana María, Carlos (Cali-Cali), César y Patricia (Trisha) Zevallos Ruiz. Todos ellos crecieron y tuvieron sus familias en los Estados Unidos.

Carmela estudió en el colegio Chalet, de Chorrillos, y era una chica muy jovial y bromista. Era muy inteligente y cariñosa. A veces veo a mi hija y pienso: "Es increíble eso de los genes", porque me parece ver a mi hermana. Independiente, segura de sí misma, alegre y equilibrada. Muy sensata al tomar decisiones. Nuestra hija no se detiene de aconsejar a sus padres cuando estos necesitan una ajustadita de tuercas.

¿Cuánto amaba a su esposo? Bueno, ¿qué te parece esto? Alex trabajaba en La Oroya, por la Cordillera de los Andes, y ella se daba el gusto de manejar su Volkswagen de color negro desde Lima hasta allá para traerlo de regreso. Recuerdo que manejaba como un piloto de carreras. De hecho, dejaba pasmados a los experimentados conductores que daban servicio de transporte público. Hasta los retaba a que llegaran antes que ella en sus automóviles, y no lograban alcanzarla. No le temía a la altura ni a nada. Era impresionante verla pisar el acelerador y trepar las montañas entre curvas y mantos de nieve cantando Mambo de Machaguay. En esos tiempos no era común ver que una mujer manejara así. Por eso, solían decir que manejaba como un hombre.


Recuerdo cuando yo la visitaba en su departamento de la calle Libertadores, en San Isidro, y me invitaba a almorzar cabello de ángel (unos fideos muy delgados) con mantequilla. Mmmm, deli. Ponía las dosis perfectas de vainilla y azúcar en la leche fresca bien fría. Ella me enseñó a quitarle la cáscara a los tomates pasándolo por un poco de agua hirviendo. Cada vez que cocino tomates, o hago una salsa, o una ensalada, pienso en ella, lo cual es a menudo. Carmela tenía un dedo índice un poquito torcido, porque de niña recibió una fuerte descarga eléctrica jugando con un tomacorriente.

Yo era tan solo un niño cuando me desconcertó saber que ella estaba haciendo arreglos para viajar a Estados Unidos con toda su familia. "¿Y cuándo vas a volver?", fue quizás la pregunta más difícil que jamás tuvo que responder en su vida. Su esposo tomaría unos cursos de especialización en Emory y no había vuelta que darle. Si todo salía bien, pensaban quedarse a vivir allá. Económicamente, fue una buena decisión.

Se me hundió el alma y se desgarró mi corazón cuando vi su avión de Panagra remontándose pesadamente desde el aeropuerto de CORPAC para no volver a verla en muchos años. Mira la foto, piensa que es tu hermana y que, de un momento a otro, no vuelves a verla, y tal vez sientas un poco lo que yo sentí. Mi alma simplemente encalló en el banco de arena de la impotencia, y mi madre seguramente sintió lo mismo multiplicado por un millón. Pero, así es la vida...

Se establecieron y fueron acostumbrándose a la vida americana. Nos escribíamos muy a menudo, cartas enormes que hablaban del diario vivir, repletas de consejos y cariño. Con el tiempo, sus cartas menguaron hasta que un día ya no me escribió más. Supuse que alguna pena le mató la inspiración. Pero nunca quise saberlo. 

Yo seguía escribiéndole, y en mis cartas siempre añadía la frase: "Comprendo que no me respondas. Sé que a veces uno tiene muchas razones para no tener ganas de escribir. No te preocupes. Y seguiré escribiéndote aunque tú nunca me contestes". Y así fue durante mucho tiempo.

De vez en cuando ella contestaba algunas de mis cartas. Y en ellas añadía la frase: "No es que no quiera contestarte, sino que con tanto quehacer y el hecho de que a veces no estoy en ánimo...". El sentimiento era recíproco. Por un lado yo comprendía, y por otro ella, que la vida es así y la distancia puede enfriar el contacto hasta el punto más bajo. Y yo seguí comprendiendo y escribiendo de vez en cuando. Un día dejé de escribirle, y la comunicación cesó.

Después até cabos y comprendí aún mejor por qué no me escribía. En realidad, no tenía cosas buenas que contarme, sino solo cosas tristes que le embargaban el alma, cosas que nunca quiso compartir conmigo para no herirme con su desgracia.

Luego entendí mejor. Ella y Alex se divorciaron tan pronto como Trisha se graduó. Y desde entonces continuó su vida sola. Desde que, uno por uno, sus hijos fueron emigrando a otros estados, y aunque se visitaban cada vez que podían, Mememe aprendió a convivir con su soledad. Ella y Alex no terminaron como enemigos. De hecho, toda la familia se veía cuando se reunían. Se llevaban bastante bien. Pero hasta que Alex falleció, él y ella nunca volvieron a unirse. Ambos decían que estan mejor separados. Eso me dolió porque sé que tras cada divorcio existe un descalabro emocional.

Recuerdo con nostalgia que mi madre me contaba que mis hermanos mayores siempre le decían: "¡Queremos un hermanito! ¡Queremos un hermanito!", hasta que me concibió en mayo de 1950. Cuando llegué, les alegré la vida, pero parece que no por mucho porque, como todos los niños, tarde o temprano me convertí en una carga. Felizmente, Carmela tiene a los suyos. Está rodeada de hijos y nietos y bisnietos que la quieren mucho. No sé si seguirá fumando como una cafetera.

Un día, aprovechando la visita al Perú de mi amigo Billy Morgan, bajista, ex integrante del grupo Mad's, ella me envió de regalo una guitarra Ovation, Glenn Campbell, de doce cuerdas, con clavijero dorado. ¡Preciosa! Le dijo: "Escoge la mejor guitarra. Dime cuánto cuesta, te envío el dinero, y cómprala tú, y llévasela de mi parte". Su intención fue que yo retomara mi carrera en la música, porque la había abandonado definitivamente. Fue un gesto muy cariñoso de su parte, y un gran esfuerzo también. Pero así como ella un día tomó decisiones firmes y trascendentales que modificarían el resto de su vida, yo también tomé decisiones que modificarían mi futuro. Doloroso, pero necesario. Así como ella me entristeció a mí, aunque no quería, yo la entristecí a ella, aunque no fue mi intención. Así es la vida...

Compuse muchas canciones con su guitarra, pero me resultaba un poco duro pisar los trastes. Y con los drásticos cambios que introdujo el gobierno del año 2000, todos nos fuimos de narices económicamente y no me quedó alternativa. Mantener a mis dos palomitas (mi esposa y mi hijita) era la prioridad. Y a semejanza de los marineros que deben aligerar su barco para no hundirse... Ni modo, me vi forzado a vender la guitarra al mejor postor, y también mi bajo Fender Telecaster. Fue como arrancarme la piel.

Carmela fue la que me enseñó a manejar automóvil cuando yo solo era un niño. Me dejaba dar vueltas en su Volkswagen de color negro por los alrededores de la apacible y hermosa urbanización Santa María, en Chosica. Ella fue la que me alzaba con seguridad para que chapoteara en las olas del Club Regatas, Chorrillos. Ella siempre estuvo cerca de mí para darme apoyo. Pero nunca me dejó hacer algo por ella. Ella tenía todo lo que necesitaba, y yo necesitaba todo lo que no tenía. Simplemente resulté ser un espectador de su vida, es decir, de la poca vida que me dejaba ver, porque siempre fue muy reservada conmigo respecto a sus cosas personales.

Por eso, cuando sus cartas menguaron y no me escribió más, hice una profunda oración y la encomendé a Dios, que me la cuidara adondequiera que fuera. Y creo que así ha sido. Contaban que participaba regularmente en la marathón de su ciudad hasta a edad muy avanzada. 

Terminó acostumbrándose a la vida americana, algo que le costó mucho. Pero, con el tiempo, el Perú dejó de atraerla y, además, sus hijos y nietos estaban allá. Su vida estaba allá. No supe más de ella. Me quedé sin noticias, con nada, salvo su fotografía. Pero me basta y sobra. ¿No era hermosa?

Carmela falleció a principios de 2020 dejando un vacío más en mi corazón.

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