¡Cómo extraño tu niñez!
A fines de mi adolescencia, siguiendo tras una vida mundana que me dejó ver las diferentes caras del dolor de la humanidad, sentí lo que muchos: El mundo no parecía un buen lugar para traer hijos. El matrimonio sería para disfrutarlo en una relación de pareja sin hijos.
Mi esposa, Pocha, estuvo de acuerdo en casarse conmigo y vivir entregados al ministerio cristiano. Sin embargo, al cabo de un par de años de estar casados, su naturaleza maternal se abrió paso en su corazón y deseó tener un hijo.
No me negué, pero recuerdo las palabras exactas que le dije: "Yo aceptaría con una condición". Ella dijo: "¿Cuál?". Le respondí: "Que reconozcas que los hijos no nos pertenecen, sino que debemos criarlos de modo que sean hombres y mujeres de bien, y que si algún día desean irse de casa, incluso para residir en un lugar lejano, estarías dispuesta a darles su libertad y dejarlos ir".
No me negué, pero recuerdo las palabras exactas que le dije: "Yo aceptaría con una condición". Ella dijo: "¿Cuál?". Le respondí: "Que reconozcas que los hijos no nos pertenecen, sino que debemos criarlos de modo que sean hombres y mujeres de bien, y que si algún día desean irse de casa, incluso para residir en un lugar lejano, estarías dispuesta a darles su libertad y dejarlos ir".
Ella estuvo de acuerdo, y ese día decidimos iniciar una familia y llegar a convertirnos en padres responsables. Al poco tiempo, en marzo de 1981, Pocha me sorprendió con la noticia de que estaba encinta. Paloma se abrió paso y nació en diciembre.
Si esta página trata de anécdotas, creo que tenemos que empezar por la primera visita al médico. Algo sucedió y no pude acompañarla, pero regresó a casa muy callada, tanto que le pregunté: "¿Hay algo que quieras decirme? ¿Qué sucede?". Se puso a llorar y a decir que el médico le había dicho bruscamente que se prepare para una cesárea porque era estrecha de caderas.
En ese tiempo, nos había dado por el naturismo. La contaminación ambiental del aire, la tierra y los alimentos nos había sensibilizado y estábamos optando por una alimentación muy sana, además de que yo me había curado de asma con naturismo (los médicos decían que el asma era incurable, y cuando me curé, dijeron: "No fue asma", después de habérmelo diagnosticado y tratado por varios años.) Así que Pocha le preguntó al médico hasta qué punto podría recomendarle una medicación que respetara nuestro modo de vivir naturista.
Dijo que el médico le había dicho, sin modales: "Aquí usted va a hacer todo lo que yo le diga, o se va a otro hospital". Y añadió: "Vaya preparándose para una cesárea, porque usted es estrecha de caderas". Siendo primeriza, todo eso la asustó mucho. Estaba muy nerviosa.
Pero ¿por qué esperó tanto rato para contármelo? Porque sabía lo que sucedería. Sencillamente, me dirigí al hospital en ese mismo momento. Ella se quedó en casa. No quería exponerla a lo que sucedería.
Llegué al hospital, ubiqué el consultorio de aquel médico y llamé a la puerta, porque estaba cerrada. Pero no llamé con delicadeza, sino le di tres fuertes manazos, que retumbaron en todo el pasillo, y le dije: "¡Abra la puerta!". Como demoró un poco, repetí la actuación con más fuerza. No sabía que justo en esos momentos, el director de la clínica estaba viniendo por el pasillo con un colega. Se quedaron congelados, observando la escena.
El médico me abrió la puerta con cara de "¿con qué derecho se atreve usted a tocar de esa manera?". Aunque era grandote y tenía un rostro de pocos amigos, no le di opción a decir ni a pensar nada. Simplemente grité con todas mis fuerzas, apuntando con el dedo: "¿Qué se ha creído, venir a tratar a mi esposa de esa manera? Ella es primeriza y merece un poco de consideración, pedazo de salvaje. Usted no debería estar en contacto con seres humanos, sino en un zoológico, pero no como veterinario, sino como un animal, pedazo de incompetente." Yo había perdido el juicio y la paciencia.
En ese instante, el director, que se había quedado petrificado a cierta distancia, me dijo, en tono conciliador: "Disculpe, señor, ¿qué ha sucedido?", a lo que respondí: "¿Qué sucede? Que ustedes no han realizado bien su evaluación de la clase de gente que trabaja en este lugar. Este tipo es una bestia salvaje que no merece nada menos de lo que le he dicho. ¡Me voy con mi esposa a otro hospital!".
Pausó, me miró desconsolada, la miró con rostro entristecido y le preguntó:
-¿Qué podríamos hacer, Palomita, para convencerte de que te quedes en nuestra escuela? ¿Hay algo que podemos hacer? No queremos que te vayas.
Y me quedé pasmado al observar cómo a mi hija se le iluminó la mente en un instante y dijo, en tono muy seguro de sí misma, haciendo gala de gestos y ademanes:
- Bueno, yo estaría dispuesta a seguir en esta escuela si más bien usted reconsidera la situación, le da una oportunidad al chico que expulsaron y le permite regresar. Porque seguramente sus padres también están desesperados.
- ¡Qué magnífica idea, Palomita! -exclamó después de pensarlo unos segundos-. Hablaré con la Promotora y estoy segura de que le agradará saber de nuestra conversación. Espero que todo salga bien y que pronto puedas reincorporarte a clases. Cuenta con mi apoyo y aprecio.
Y así nos retiramos aquella mañana con la frente alta. Yo estaba que no cabía en mí. Jamás imaginé que esa sería la solución, ni que se le ocurriría nada menos que a ella.
En un tiempo cuando los jóvenes entran al desarrollo y sus hormonas comienzan a despertar en ellos la mar de sensaciones y emociones juveniles, cierto muchacho de la escuela comenzó a asediarla. Paloma se cansó y le mostró su dedo índice muy cerca del rostro, diciéndole con absoluta firmeza: "¡¡Si me buscas, me vas a encontrar, ya sabes!!".
Me encanta la foto en que aparece al inicio de este artículo, no solo porque me parece linda, sino porque me trae todos esos buenos recuerdos y porque fue una fotografía que se tomó para inscribirse en la escuela.
Si esta página trata de anécdotas, creo que tenemos que empezar por la primera visita al médico. Algo sucedió y no pude acompañarla, pero regresó a casa muy callada, tanto que le pregunté: "¿Hay algo que quieras decirme? ¿Qué sucede?". Se puso a llorar y a decir que el médico le había dicho bruscamente que se prepare para una cesárea porque era estrecha de caderas.
En ese tiempo, nos había dado por el naturismo. La contaminación ambiental del aire, la tierra y los alimentos nos había sensibilizado y estábamos optando por una alimentación muy sana, además de que yo me había curado de asma con naturismo (los médicos decían que el asma era incurable, y cuando me curé, dijeron: "No fue asma", después de habérmelo diagnosticado y tratado por varios años.) Así que Pocha le preguntó al médico hasta qué punto podría recomendarle una medicación que respetara nuestro modo de vivir naturista.
Dijo que el médico le había dicho, sin modales: "Aquí usted va a hacer todo lo que yo le diga, o se va a otro hospital". Y añadió: "Vaya preparándose para una cesárea, porque usted es estrecha de caderas". Siendo primeriza, todo eso la asustó mucho. Estaba muy nerviosa.
Pero ¿por qué esperó tanto rato para contármelo? Porque sabía lo que sucedería. Sencillamente, me dirigí al hospital en ese mismo momento. Ella se quedó en casa. No quería exponerla a lo que sucedería.
Llegué al hospital, ubiqué el consultorio de aquel médico y llamé a la puerta, porque estaba cerrada. Pero no llamé con delicadeza, sino le di tres fuertes manazos, que retumbaron en todo el pasillo, y le dije: "¡Abra la puerta!". Como demoró un poco, repetí la actuación con más fuerza. No sabía que justo en esos momentos, el director de la clínica estaba viniendo por el pasillo con un colega. Se quedaron congelados, observando la escena.
El médico me abrió la puerta con cara de "¿con qué derecho se atreve usted a tocar de esa manera?". Aunque era grandote y tenía un rostro de pocos amigos, no le di opción a decir ni a pensar nada. Simplemente grité con todas mis fuerzas, apuntando con el dedo: "¿Qué se ha creído, venir a tratar a mi esposa de esa manera? Ella es primeriza y merece un poco de consideración, pedazo de salvaje. Usted no debería estar en contacto con seres humanos, sino en un zoológico, pero no como veterinario, sino como un animal, pedazo de incompetente." Yo había perdido el juicio y la paciencia.
En ese instante, el director, que se había quedado petrificado a cierta distancia, me dijo, en tono conciliador: "Disculpe, señor, ¿qué ha sucedido?", a lo que respondí: "¿Qué sucede? Que ustedes no han realizado bien su evaluación de la clase de gente que trabaja en este lugar. Este tipo es una bestia salvaje que no merece nada menos de lo que le he dicho. ¡Me voy con mi esposa a otro hospital!".
No imagino lo que ocurrió después. Pero lo sentí mucho por la paciente que estaba siendo atendida en ese momento, y por todos los que se quedaron congelados en los pasillos observando lo que ocurría. El director apretó los labios y bajó la mirada avergonzado, miró al médico, y yo me retiré.
Llevé a mi esposa a otro hospital. ¡Qué diferencia! El ginecólogo no solo era médico, sino un gran orador. Le conté lo ocurrido, y al cabo del examen preliminar, le dijo a Pocha: "Usted no es estrecha de caderas. Puede tener un parto natural". ¡Qué alivio! Y así resultó ser después de nueve meses.
Y digo que era un gran orador porque fue muy inteligente para responder a algunas preguntas que le hice. Una fue si había algún inconveniente por ser naturistas. Dijo: "No, al contrario. Pero habrá algunos medicamentos que de todas maneras tendrá que aceptar. Comprenda que no puedo ayudarla a dar a luz simplemente con flores y hojas". Nos hizo gracia.
Luego le pregunté: "Y doctor, ¿no sería posible que yo atienda a mi esposa en casa cuando le llegue el momento de dar a luz? Porque a veces hemos visto en noticias y películas cómo algunas mujeres dieron a luz en el campo o en un patrullero, y el parto salió bien". Entonces, él dijo: "Mmmm, ¡claro! Puedo explicarle cómo asistir a su esposa para que dé a luz en su casa. Pero antes, permítame decirle esto. Yo podría explicarle en cinco minutos cómo operar una apendicitis. Sacar una apéndice es facilísimo... Pero me tomará unos cinco años explicarle qué hacer en caso de que surja una complicación. Por eso, aunque puedo explicarle en poco tiempo cómo asistir el parto de su esposa, me tomará varios años explicarle qué hacer si surge una complicación. Y créanme cuando les digo que ustedes van a llorar mucho y a lamentarlo si surgiera una complicación... por no haberse atendido en un hospital".
¡Qué respuesta tan contundente! Nos inspiró una gran confianza y paz interior. Por eso dije que ese hombre no solo era médico, sino un gran orador. Y eso no fue todo. Porque después de responderle: "¡Muy bien, trato hecho, mi esposa se atenderá en este hospital", le pregunté: "¿Y cuál será nuestro presupuesto para los gastos hospitalarios?". Su respuesta fue: "Más o menos 120", que en ese tiempo era una suma considerable.
Reaccioné diciendo: "¡Qué! ¿Por qué tanto?". Y su respuesta fue tan interesante como la primera. Dijo: "Permítame contarle algo. Cierto día, una fábrica se detuvo. Algo interrumpió la energía. El gerente llamó al de mantenimiento, que no supo dar con el problema. Entonces llamó a un especialista. El hombre llegó, se dirigió a la caja de control, la abrió, la observó, dijo 'mmmm', la cerró y dio tres golpes fuertes y secos, pum, pum, pum, y la energía regresó. La fábrica siguió andando. Todos se quedaron pasmados. Pero cuando entregó su factura por $103, el gerente le dijo: '¡¡Qué!! ¿$103 por dar solo tres golpecitos?'. A lo que el especialista contestó: "No. Es $1 por cada golpecito. Un total de tres golpes son $3. Los $100 son por saber dónde, cuándo, cómo y por qué dar los golpes". Y sonrió.
Todos reímos juntos y nos retiramos felices de haber caído en manos de un médico que no solo era médico, sino un gran orador. Su nombre, Carlos Alayza, de la Clínica Good Hope, de Miraflores, Lima.
Desgraciadamente, en el sexto mes de embarazo, Pocha contrajo fiebre tifoidea. Tan pronto como obtuvimos los análisis que lo confirmaban, ella se comunicó con un primo que era ginecólogo, para contarle lo sucedido. Él le dijo que debía tomar antibióticos urgentemente. Le explicamos lo del naturismo, pero él fue enfático: "Si no toma los antibióticos, el vientre se le secará y la criatura podría morir, y la culpa será de ustedes".
Llevé a mi esposa a otro hospital. ¡Qué diferencia! El ginecólogo no solo era médico, sino un gran orador. Le conté lo ocurrido, y al cabo del examen preliminar, le dijo a Pocha: "Usted no es estrecha de caderas. Puede tener un parto natural". ¡Qué alivio! Y así resultó ser después de nueve meses.
Y digo que era un gran orador porque fue muy inteligente para responder a algunas preguntas que le hice. Una fue si había algún inconveniente por ser naturistas. Dijo: "No, al contrario. Pero habrá algunos medicamentos que de todas maneras tendrá que aceptar. Comprenda que no puedo ayudarla a dar a luz simplemente con flores y hojas". Nos hizo gracia.
Luego le pregunté: "Y doctor, ¿no sería posible que yo atienda a mi esposa en casa cuando le llegue el momento de dar a luz? Porque a veces hemos visto en noticias y películas cómo algunas mujeres dieron a luz en el campo o en un patrullero, y el parto salió bien". Entonces, él dijo: "Mmmm, ¡claro! Puedo explicarle cómo asistir a su esposa para que dé a luz en su casa. Pero antes, permítame decirle esto. Yo podría explicarle en cinco minutos cómo operar una apendicitis. Sacar una apéndice es facilísimo... Pero me tomará unos cinco años explicarle qué hacer en caso de que surja una complicación. Por eso, aunque puedo explicarle en poco tiempo cómo asistir el parto de su esposa, me tomará varios años explicarle qué hacer si surge una complicación. Y créanme cuando les digo que ustedes van a llorar mucho y a lamentarlo si surgiera una complicación... por no haberse atendido en un hospital".
¡Qué respuesta tan contundente! Nos inspiró una gran confianza y paz interior. Por eso dije que ese hombre no solo era médico, sino un gran orador. Y eso no fue todo. Porque después de responderle: "¡Muy bien, trato hecho, mi esposa se atenderá en este hospital", le pregunté: "¿Y cuál será nuestro presupuesto para los gastos hospitalarios?". Su respuesta fue: "Más o menos 120", que en ese tiempo era una suma considerable.
Reaccioné diciendo: "¡Qué! ¿Por qué tanto?". Y su respuesta fue tan interesante como la primera. Dijo: "Permítame contarle algo. Cierto día, una fábrica se detuvo. Algo interrumpió la energía. El gerente llamó al de mantenimiento, que no supo dar con el problema. Entonces llamó a un especialista. El hombre llegó, se dirigió a la caja de control, la abrió, la observó, dijo 'mmmm', la cerró y dio tres golpes fuertes y secos, pum, pum, pum, y la energía regresó. La fábrica siguió andando. Todos se quedaron pasmados. Pero cuando entregó su factura por $103, el gerente le dijo: '¡¡Qué!! ¿$103 por dar solo tres golpecitos?'. A lo que el especialista contestó: "No. Es $1 por cada golpecito. Un total de tres golpes son $3. Los $100 son por saber dónde, cuándo, cómo y por qué dar los golpes". Y sonrió.
Todos reímos juntos y nos retiramos felices de haber caído en manos de un médico que no solo era médico, sino un gran orador. Su nombre, Carlos Alayza, de la Clínica Good Hope, de Miraflores, Lima.
Desgraciadamente, en el sexto mes de embarazo, Pocha contrajo fiebre tifoidea. Tan pronto como obtuvimos los análisis que lo confirmaban, ella se comunicó con un primo que era ginecólogo, para contarle lo sucedido. Él le dijo que debía tomar antibióticos urgentemente. Le explicamos lo del naturismo, pero él fue enfático: "Si no toma los antibióticos, el vientre se le secará y la criatura podría morir, y la culpa será de ustedes".
Nos asustamos mucho, pero no perdimos la confianza en el naturismo. Salí a comprar los antibióticos, porque prometí que no me opondría a lo que fuera necesario.
Ni Pocha ni yo éramos de la idea de optar por los antibióticos. En ese tiempo la medicina no estaba tan avanzada como hoy. Así que hicimos una sentida oración. Pero antes de tomar una decisión, Pocha recordó que una amiga conocía un médico naturista. Hicimos el contacto por teléfono y los visitamos en su clínica de Huachipa, Lima.
Ni Pocha ni yo éramos de la idea de optar por los antibióticos. En ese tiempo la medicina no estaba tan avanzada como hoy. Así que hicimos una sentida oración. Pero antes de tomar una decisión, Pocha recordó que una amiga conocía un médico naturista. Hicimos el contacto por teléfono y los visitamos en su clínica de Huachipa, Lima.
En la consulta, y analizando los documentos que le entregamos, le dijo a Pocha: "No se preocupe. Usted no tiene que tomar esos antibióticos. Yo le recetaré otros, que no le harán ningún daño". Escribió una larga receta y nos felicitó por optar a tiempo por un tratamiento alternativo.
La mañana siguiente la fiebre había remitido. Seguimos el régimen a pie juntillas, le contamos al Dr. Alayza lo ocurrido y continuamos con los preparativos. Contados los nueve meses, Pocha dio a luz por parto normal y Palomita nos alegró mucho la vida, una niña que para el momento de escribir este artículo había crecido hasta contar 32 años. Siempre fue una chica sana, y nunca nos dio problemas médicos graves.
Recuerdo cuando Paloma comenzó a hablar y dejarse entender. Fue fascinante porque ahora podíamos interpretar más exactamente lo que quería decir. Antes teníamos que adivinarlo, y supongo que muchas veces nos equivocábamos, desilusionándola. Felizmente ahora podríamos comunicarnos mejor.
Pero al principio fue un poco complicado. Por ejemplo, un día estaba peinándome frente al espejo. No es que pensara salir, sino que se me veía un poco despeinado. Así que ella me preguntó:
- ¿Adónde vas, papi?
- A ningún lugar.
- ¿Me llevas?
La quedé mirando, pasmado, a ver si podía procesar lo que acababa de decirme.
Otro día, mientras comíamos juntos, preguntó en tono muy inquisitivo:
- ¿Cuándo vamos a hacernos chiquitos?
- ¿Cuándo vamos a ser chiquitos? -contesté.
- Sí.
- ¿Se puede saber para qué vamos a hacernos chiquitos?
- ¡Para entrar en el huevo! -respondió agitando las manos.
Mi esposa y yo nos miramos, asombrados, pensando: "¿Qué se nos escapó?". ¿Nuestra hija estaba cultivando una imaginación extraordinaria, o nosotros nos habíamos saltado algún punto de su educación?
- ¿De qué huevo hablas? - le dije.
- ¡Del huevo sistema! -dejándonos aún más desconcertados.
Pocha y yo explosionamos de risa. Resulta que como creemos que bajo el Reino de Dios viviremos bajo un nuevo sistema de cosas, no nos habíamos percatado de que la palabra nuevo sería un término abstracto para ella, uno que los niños no suelen entender al principio. La frase "nuevo sistema" o "nuevo orden" siempre le había sonado como "huevo sistema" o "huevo orden". Un huevo sí era fácil de visualizar y parece que eso fue lo que ella había imaginado desde un principio.
Por eso, lo que ella quería saber era cuándo viviríamos bajo el Reino de Dios. Como todo eso le parecía abstracto (tenía unos tres años de edad), para ella el Reino de Dios era un huevo sistema. En su mente no había otra manera de llevar a cabo dicho propósito sin hacernos chiquitos. Le explicamos el asunto y finalmente lo comprendió.
Un día, mi esposa le descubrió una herida que sangraba. Inmediatamente la llevamos al hospital para que la examinen. Nos atendieron y nos dijeron que esperáramos, que el Dr. Bocanegra la atendería dentro de un momento. Nos sentamos y esperamos. De repente, comenzó a suspirar y llorar desconsoladamente.
- ¿Te duele? -preguntamos.
- No.
Pero entonces comenzó a quejarse y angustiarse muchísimo:
- ¡No quiero con ese doctor! ¡Con ese doctor no quiero! ¡No quierooooo!
- Pero ¿por qué, hijita?
- ¡No quiero! ¡No quiero con ese doctor! ¡Noooo! ¡Con ese doctor noooo!
Mi esposa y yo nos preocupamos mucho. Nos venían a la mente pensamientos negativos. ¿Conocía ella a ese doctor? ¿Habría tenido algún contacto previo con él de modo que ahora estaba indispuesta? Realmente nos preocupamos. Se había puesto muy reticente y terca, repitiendo constantemente la misma palabra.
- Pero, ¿conoces a ese doctor? ¿Lo has visto antes? - pregunté con firmeza.
- No.
- ¿Te ha tocado antes ese doctor?
- No.
- Entonces, ¿por qué estás tan molesta con él si no lo conoces?
- ¡¡Porque tiene la boca negraaaaaa!!
Mi cuñada, Carola, tenía una dulcería. En cierta ocasión le pidió a mi esposa que la reemplace, porque tendría que atender otros asuntos importantes. Mi esposa fue con Palomita, la cual estuvo feliz de poder andar por ahí con tantos dulces a la vista. De repente, a Pocha se le ocurrió sentarla en la Caja, el lugar adonde todos van a pagar por los productos. Pero cuando una clienta se acercó a pagar, vio con sorpresa que una niña de pocos años estaba sentada allí.
- ¿Tú eres la que cobra?
- Ti.
- ¿Y tan chiquita te dejan cobrar?
- Ti.
- ¿Sabes sumar?
- Ti.
- A ver, ¿cuánto es dos más dos?
- Cuato.
- ¿Cuatro más cuatro?
- Oto.
- ¿Ocho más ocho?
- ¡¡Ya no fastidie, teñola!! ¿Va a pagal o no?
- ¡Ah! ¡Qué chiquita ésta!
Al ver lo que sucedió, mi esposa corrió rápidamente y la bajó de la silla.
- Disculpe, señora. Senté un momentito a la bebe. ¿En qué puedo servirla?
- ¡Qué chiquita tan despierta tiene usted! ¡Es muy inteligente!
Así, la señora pagó y se retiró. Entonces, mi esposa se agachó y le dijo en tono de reprensión:
- Hijita, ¡Así no se trata a los clientes!
- ¡Es que no me sabía la respuesta, mami! -dijo agitando las manos, como el Chavo del Ocho-.
Un día, mientras los niños jugaban fuera de casa, oí que una de ellas comenzó a gritar en tono de mando:
- ¡¡No se junten con Paloma!! ¡¡No se junten con Paloma!!
Me preocupé de que mi hija se sintiera discriminada o afligida por tan desagradable presión social. Así que me asomé por la ventana y llamé a la pequeña instigadora:
- ¡Pierina! - la llamé.
- ¿Sí, señor? - vino corriendo.
- ¿Por qué estás gritando a todos que no se junten con Paloma?
- ¡¡Porque ella no cree en Papa Noel [Santa Claus]!! - llevando sus manos a la cintura.
Mmmm, "es un asunto de prejuicio religioso", pensé. Se acercaba la Navidad y parece que estaban hablando al respecto. Pero me inquietaba saber cómo la presión social afectaría a mi hija. La llamé y la hice entrar a la casa. No se la veía triste ni consternada, sino tranquila y equilibrada.
- Hijita, estoy oyendo que Pierina está diciéndoles a todos que no se junten contigo.
- Es que ellos creen en Papa Noel, y yo no.
- Mmmm, bueno, todos tienen derecho a creer lo que quieran. Pero ¿cómo te sientes? ¿Te molesta que digan esas cosas.
- ¿Yo? ¡Me siento bien!
- ¿No te molesta que no quieran juntarse contigo porque no crees en Papa Noel?
- ¡Allá ellas!, que quieren creer en un viejo borracho.
Abrí los ojos de par en par, sobresaltado, pensando: "¿Viejo borracho?". Mi esposa y yo nunca le enseñamos algo así, ni mucho menos a despreciar las creencias de los demás. ¿De dónde había obtenido esa información?
- ¿De dónde sacaste eso de que Papa Noel es un viejo borracho? Tu mamá y yo nunca te hemos enseñado eso - dije en tono reprensivo.
- Pero, papi - contestó, como diciéndome tonto-, ¿no te has dado cuenta de que Papa Noel tiene una narizota bien roja? Mi Miss, en el colegio, nos ha enseñado que los borrachos tienen la nariz roja, ¡¡y yo no creo en los borrachos!!
¿Qué podía decirle? La Miss no había mencionado a Papa Noel, pero sí de la apariencia de un borracho. Lamentablemente, mi hija procesó la información basándose en el perfil que le había dado la maestra. Por eso me limité a recordarle que los demás son libres de a creer lo que deseen, y que nadie tiene por qué obligarlos a pensar de otra manera.
Un día, Paloma invitó a almorzar a Sheyla, una niña del vecindario. Durante la conversación, le pregunté:
- ¿Cuántos años tienes, Sheyla?
- ¡Dinco!
- Ah. ¿Y cuándo los cumpliste?
- ¡Uf! ¡Hace años!
Al comienzo del año escolar, la maestra nos pidió varios cuadernos. Pero la escuela indicó que debíamos entregarlos juntos, porque la maestra iría dosificándolos a medida que los estudiantes los necesitaran.
Aproximadamente en el segundo mes después de iniciar las clases, Palomita me preguntó:
- Papá, ¿qué hizo la Miss con todos mis cuadernos?
- No sé. Pregúntale a ella - respondí.
El problema es que no le advertí cuándo, cómo ni dónde hacerlo. Por eso la Miss me envió un recado, diciendo que quería hablar conmigo. Cuando llegué al colegio para recoger a mi hija, me dijo en tono enérgico:
- Señor Ruiz. Va a tener que enseñarle modales a su hija.
- ¿Por qué? - pregunté- ¿Qué ha sucedido?
- Delante de todos, interrumpió la clase y me preguntó: "Miss, ¿qué ha hecho con mis cuadernos?"
Recordé que yo le había dicho: "Pregúntale a tu Miss".
- ¡Ah, sí! Me preguntó por sus cuadernos, así que le dije: "Pregúntale a tu Miss".
- ¡Pero esa no es la forma! - me alzó la voz en tono dominante.
- Bueno - le respondí-, de la forma tiene que encargarse usted. Para eso le pago.
Brusco, pero no me dejó opción. Se mostró dominante y muy poco flexible. La niña solo había hecho una pregunta inocente que merecía una respuesta también inocente. Además, la maestra me había alzado la voz y el dedo índice delante de mi hija, menospreciándola a ella y menospreciándome a mí. Si la maestra pensó que manipulándome de esa manera le llamaría la atención a mi hija, se equivocó. Más bien, me vi forzado a defenderla.
Paloma siempre fue una niña muy responsable. Recuerdo que tenía unos dos o tres años de edad cuando fuimos a comprar a la tienda. Pedí un kilo de huevos y el tendero me entregó el paquete. Tomé un huevo y se lo entregué diciéndole: "Toma, hijita. lleva esto a la casa". Iba a decirle que lo llevara con cuidado, pero ella ya había dado vuelta a su mano, dejándolo caer al piso, "¡plaf!" Abrí los ojos y dije:
- Oh! Se rompió.
- ¡Lompió!
- ¿Y ahora qué vamos a hacer?
Me miró, ignorando lo que sucedería. Pedí un trapo, limpié el desastre y le di otro huevo, diciéndole que no lo bote. Lo agarró con ambas manos y lo llevó hasta la casa.
Otro día hice algo parecido, pero con una enorme botella de Coca Cola. La llevó con todo cuidado hasta la casa. Pero no le dije que la dejara tan pronto como entró, sino que la llevara hasta la azotea. Y ella subió todos los escalones hasta la azotea sin quejarse.
Desde los seis años de edad llevaba consigo una llave de la casa. Era su propia llave. Tenía que pedir permiso para salir, pero no necesitaba permiso para regresar. Podía usar su llave y entrar en cualquier momento.
Nosotros siempre la habíamos llevado hasta el colegio, recogiéndola por la tarde. Pero un día se sintió confiada para preguntar cuándo podría ir y venir sola del colegio, es decir, tomando el ómnibus de la ciudad. Me pareció una pregunta interesante. Tenía derecho a saber la respuesta.
Mi esposa reaccionó con prejuicio, suponiendo que le iría mal, diciendo que todavía era muy pequeña y todo eso. Pero yo quería saber si ella se sentía apta para hacerlo. De modo que le pregunté: "A ver, dime qué harías en caso de que te diéramos dinero para el transporte pero se te perdiera o alguien te lo robara, ¿qué harías? ¿Cómo resolverías el problema sin pedir dinero prestado ni regalado? Me miró, pensó y dijo:
- Subiría al ómnibus, esperaría que avanzara unos metros y le diría al hombre: "¿Cree que podría llevarme gratis, porque se me ha perdido mi dinero?".
- ¿Si dice que no?
- Bueno, si dice que sí, no hay problema. Pero si dice que no, le ruego que por lo menos me deje en el próximo paradero.
- ¿Y qué harias?
- Haría lo mismo. No creo que todos me digan que no. Por lo menos, habré avanzado un poco. Y seguiría haciendo eso hasta llegar a casa.
Le estreché la mano efusivamente y le dije: "Esa es mi hija". Había demostrado que no era una tonta, sino que tenía recursos propios para resolver el problema.
La mañana siguiente la fiebre había remitido. Seguimos el régimen a pie juntillas, le contamos al Dr. Alayza lo ocurrido y continuamos con los preparativos. Contados los nueve meses, Pocha dio a luz por parto normal y Palomita nos alegró mucho la vida, una niña que para el momento de escribir este artículo había crecido hasta contar 32 años. Siempre fue una chica sana, y nunca nos dio problemas médicos graves.
Recuerdo cuando Paloma comenzó a hablar y dejarse entender. Fue fascinante porque ahora podíamos interpretar más exactamente lo que quería decir. Antes teníamos que adivinarlo, y supongo que muchas veces nos equivocábamos, desilusionándola. Felizmente ahora podríamos comunicarnos mejor.
Pero al principio fue un poco complicado. Por ejemplo, un día estaba peinándome frente al espejo. No es que pensara salir, sino que se me veía un poco despeinado. Así que ella me preguntó:
- ¿Adónde vas, papi?
- A ningún lugar.
- ¿Me llevas?
La quedé mirando, pasmado, a ver si podía procesar lo que acababa de decirme.
Otro día, mientras comíamos juntos, preguntó en tono muy inquisitivo:
- ¿Cuándo vamos a hacernos chiquitos?
- ¿Cuándo vamos a ser chiquitos? -contesté.
- Sí.
- ¿Se puede saber para qué vamos a hacernos chiquitos?
- ¡Para entrar en el huevo! -respondió agitando las manos.
Mi esposa y yo nos miramos, asombrados, pensando: "¿Qué se nos escapó?". ¿Nuestra hija estaba cultivando una imaginación extraordinaria, o nosotros nos habíamos saltado algún punto de su educación?
- ¿De qué huevo hablas? - le dije.
- ¡Del huevo sistema! -dejándonos aún más desconcertados.
Pocha y yo explosionamos de risa. Resulta que como creemos que bajo el Reino de Dios viviremos bajo un nuevo sistema de cosas, no nos habíamos percatado de que la palabra nuevo sería un término abstracto para ella, uno que los niños no suelen entender al principio. La frase "nuevo sistema" o "nuevo orden" siempre le había sonado como "huevo sistema" o "huevo orden". Un huevo sí era fácil de visualizar y parece que eso fue lo que ella había imaginado desde un principio.
Por eso, lo que ella quería saber era cuándo viviríamos bajo el Reino de Dios. Como todo eso le parecía abstracto (tenía unos tres años de edad), para ella el Reino de Dios era un huevo sistema. En su mente no había otra manera de llevar a cabo dicho propósito sin hacernos chiquitos. Le explicamos el asunto y finalmente lo comprendió.
Un día, mi esposa le descubrió una herida que sangraba. Inmediatamente la llevamos al hospital para que la examinen. Nos atendieron y nos dijeron que esperáramos, que el Dr. Bocanegra la atendería dentro de un momento. Nos sentamos y esperamos. De repente, comenzó a suspirar y llorar desconsoladamente.
- ¿Te duele? -preguntamos.
- No.
Pero entonces comenzó a quejarse y angustiarse muchísimo:
- ¡No quiero con ese doctor! ¡Con ese doctor no quiero! ¡No quierooooo!
- Pero ¿por qué, hijita?
- ¡No quiero! ¡No quiero con ese doctor! ¡Noooo! ¡Con ese doctor noooo!
Mi esposa y yo nos preocupamos mucho. Nos venían a la mente pensamientos negativos. ¿Conocía ella a ese doctor? ¿Habría tenido algún contacto previo con él de modo que ahora estaba indispuesta? Realmente nos preocupamos. Se había puesto muy reticente y terca, repitiendo constantemente la misma palabra.
- Pero, ¿conoces a ese doctor? ¿Lo has visto antes? - pregunté con firmeza.
- No.
- ¿Te ha tocado antes ese doctor?
- No.
- Entonces, ¿por qué estás tan molesta con él si no lo conoces?
- ¡¡Porque tiene la boca negraaaaaa!!
Mi cuñada, Carola, tenía una dulcería. En cierta ocasión le pidió a mi esposa que la reemplace, porque tendría que atender otros asuntos importantes. Mi esposa fue con Palomita, la cual estuvo feliz de poder andar por ahí con tantos dulces a la vista. De repente, a Pocha se le ocurrió sentarla en la Caja, el lugar adonde todos van a pagar por los productos. Pero cuando una clienta se acercó a pagar, vio con sorpresa que una niña de pocos años estaba sentada allí.
- ¿Tú eres la que cobra?
- Ti.
- ¿Y tan chiquita te dejan cobrar?
- Ti.
- ¿Sabes sumar?
- Ti.
- A ver, ¿cuánto es dos más dos?
- Cuato.
- ¿Cuatro más cuatro?
- Oto.
- ¿Ocho más ocho?
- ¡¡Ya no fastidie, teñola!! ¿Va a pagal o no?
- ¡Ah! ¡Qué chiquita ésta!
Al ver lo que sucedió, mi esposa corrió rápidamente y la bajó de la silla.
- Disculpe, señora. Senté un momentito a la bebe. ¿En qué puedo servirla?
- ¡Qué chiquita tan despierta tiene usted! ¡Es muy inteligente!
Así, la señora pagó y se retiró. Entonces, mi esposa se agachó y le dijo en tono de reprensión:
- Hijita, ¡Así no se trata a los clientes!
- ¡Es que no me sabía la respuesta, mami! -dijo agitando las manos, como el Chavo del Ocho-.
Un día, mientras los niños jugaban fuera de casa, oí que una de ellas comenzó a gritar en tono de mando:
- ¡¡No se junten con Paloma!! ¡¡No se junten con Paloma!!
Me preocupé de que mi hija se sintiera discriminada o afligida por tan desagradable presión social. Así que me asomé por la ventana y llamé a la pequeña instigadora:
- ¡Pierina! - la llamé.
- ¿Sí, señor? - vino corriendo.
- ¿Por qué estás gritando a todos que no se junten con Paloma?
- ¡¡Porque ella no cree en Papa Noel [Santa Claus]!! - llevando sus manos a la cintura.
Mmmm, "es un asunto de prejuicio religioso", pensé. Se acercaba la Navidad y parece que estaban hablando al respecto. Pero me inquietaba saber cómo la presión social afectaría a mi hija. La llamé y la hice entrar a la casa. No se la veía triste ni consternada, sino tranquila y equilibrada.
- Hijita, estoy oyendo que Pierina está diciéndoles a todos que no se junten contigo.
- Es que ellos creen en Papa Noel, y yo no.
- Mmmm, bueno, todos tienen derecho a creer lo que quieran. Pero ¿cómo te sientes? ¿Te molesta que digan esas cosas.
- ¿Yo? ¡Me siento bien!
- ¿No te molesta que no quieran juntarse contigo porque no crees en Papa Noel?
- ¡Allá ellas!, que quieren creer en un viejo borracho.
Abrí los ojos de par en par, sobresaltado, pensando: "¿Viejo borracho?". Mi esposa y yo nunca le enseñamos algo así, ni mucho menos a despreciar las creencias de los demás. ¿De dónde había obtenido esa información?
- ¿De dónde sacaste eso de que Papa Noel es un viejo borracho? Tu mamá y yo nunca te hemos enseñado eso - dije en tono reprensivo.
- Pero, papi - contestó, como diciéndome tonto-, ¿no te has dado cuenta de que Papa Noel tiene una narizota bien roja? Mi Miss, en el colegio, nos ha enseñado que los borrachos tienen la nariz roja, ¡¡y yo no creo en los borrachos!!
¿Qué podía decirle? La Miss no había mencionado a Papa Noel, pero sí de la apariencia de un borracho. Lamentablemente, mi hija procesó la información basándose en el perfil que le había dado la maestra. Por eso me limité a recordarle que los demás son libres de a creer lo que deseen, y que nadie tiene por qué obligarlos a pensar de otra manera.
Un día, Paloma invitó a almorzar a Sheyla, una niña del vecindario. Durante la conversación, le pregunté:
- ¿Cuántos años tienes, Sheyla?
- ¡Dinco!
- Ah. ¿Y cuándo los cumpliste?
- ¡Uf! ¡Hace años!
Al comienzo del año escolar, la maestra nos pidió varios cuadernos. Pero la escuela indicó que debíamos entregarlos juntos, porque la maestra iría dosificándolos a medida que los estudiantes los necesitaran.
Aproximadamente en el segundo mes después de iniciar las clases, Palomita me preguntó:
- Papá, ¿qué hizo la Miss con todos mis cuadernos?
- No sé. Pregúntale a ella - respondí.
El problema es que no le advertí cuándo, cómo ni dónde hacerlo. Por eso la Miss me envió un recado, diciendo que quería hablar conmigo. Cuando llegué al colegio para recoger a mi hija, me dijo en tono enérgico:
- Señor Ruiz. Va a tener que enseñarle modales a su hija.
- ¿Por qué? - pregunté- ¿Qué ha sucedido?
- Delante de todos, interrumpió la clase y me preguntó: "Miss, ¿qué ha hecho con mis cuadernos?"
Recordé que yo le había dicho: "Pregúntale a tu Miss".
- ¡Ah, sí! Me preguntó por sus cuadernos, así que le dije: "Pregúntale a tu Miss".
- ¡Pero esa no es la forma! - me alzó la voz en tono dominante.
- Bueno - le respondí-, de la forma tiene que encargarse usted. Para eso le pago.
Brusco, pero no me dejó opción. Se mostró dominante y muy poco flexible. La niña solo había hecho una pregunta inocente que merecía una respuesta también inocente. Además, la maestra me había alzado la voz y el dedo índice delante de mi hija, menospreciándola a ella y menospreciándome a mí. Si la maestra pensó que manipulándome de esa manera le llamaría la atención a mi hija, se equivocó. Más bien, me vi forzado a defenderla.
Paloma siempre fue una niña muy responsable. Recuerdo que tenía unos dos o tres años de edad cuando fuimos a comprar a la tienda. Pedí un kilo de huevos y el tendero me entregó el paquete. Tomé un huevo y se lo entregué diciéndole: "Toma, hijita. lleva esto a la casa". Iba a decirle que lo llevara con cuidado, pero ella ya había dado vuelta a su mano, dejándolo caer al piso, "¡plaf!" Abrí los ojos y dije:
- Oh! Se rompió.
- ¡Lompió!
- ¿Y ahora qué vamos a hacer?
Me miró, ignorando lo que sucedería. Pedí un trapo, limpié el desastre y le di otro huevo, diciéndole que no lo bote. Lo agarró con ambas manos y lo llevó hasta la casa.
Otro día hice algo parecido, pero con una enorme botella de Coca Cola. La llevó con todo cuidado hasta la casa. Pero no le dije que la dejara tan pronto como entró, sino que la llevara hasta la azotea. Y ella subió todos los escalones hasta la azotea sin quejarse.
Desde los seis años de edad llevaba consigo una llave de la casa. Era su propia llave. Tenía que pedir permiso para salir, pero no necesitaba permiso para regresar. Podía usar su llave y entrar en cualquier momento.
Nosotros siempre la habíamos llevado hasta el colegio, recogiéndola por la tarde. Pero un día se sintió confiada para preguntar cuándo podría ir y venir sola del colegio, es decir, tomando el ómnibus de la ciudad. Me pareció una pregunta interesante. Tenía derecho a saber la respuesta.
Mi esposa reaccionó con prejuicio, suponiendo que le iría mal, diciendo que todavía era muy pequeña y todo eso. Pero yo quería saber si ella se sentía apta para hacerlo. De modo que le pregunté: "A ver, dime qué harías en caso de que te diéramos dinero para el transporte pero se te perdiera o alguien te lo robara, ¿qué harías? ¿Cómo resolverías el problema sin pedir dinero prestado ni regalado? Me miró, pensó y dijo:
- Subiría al ómnibus, esperaría que avanzara unos metros y le diría al hombre: "¿Cree que podría llevarme gratis, porque se me ha perdido mi dinero?".
- ¿Si dice que no?
- Bueno, si dice que sí, no hay problema. Pero si dice que no, le ruego que por lo menos me deje en el próximo paradero.
- ¿Y qué harias?
- Haría lo mismo. No creo que todos me digan que no. Por lo menos, habré avanzado un poco. Y seguiría haciendo eso hasta llegar a casa.
Le estreché la mano efusivamente y le dije: "Esa es mi hija". Había demostrado que no era una tonta, sino que tenía recursos propios para resolver el problema.
Fue así que nos tomamos un rato para explicarle los posibles peligros que pueden encontrarse en las calles, y le dimos luz verde. A partir de entonces, continuó yendo y viniendo sin nuestra ayuda.
Un día llegó un poco tarde y le preguntamos por qué. Ella dijo que a mitad de camino se bajó en la zona comercial, compró un dulce y luego tomó el siguiente ómnibus. A partir de entonces, me sentí más seguro. Ella sentía que controlaba su pequeña vida de forma responsable.
Un día ocurrió lo impensable: Se equivocó de ómnibus. Por la zona escolar había otro ómnibus, de apariencia semejante, que iba hacia una zona totalmente diferente.
Un día llegó un poco tarde y le preguntamos por qué. Ella dijo que a mitad de camino se bajó en la zona comercial, compró un dulce y luego tomó el siguiente ómnibus. A partir de entonces, me sentí más seguro. Ella sentía que controlaba su pequeña vida de forma responsable.
Un día ocurrió lo impensable: Se equivocó de ómnibus. Por la zona escolar había otro ómnibus, de apariencia semejante, que iba hacia una zona totalmente diferente.
Ella siempre viajaba unos 5 kilómetros de oeste a este, pero el otro ómnibus la llevó dos kilómetros de sur a norte antes de que se percatara del error. Cuando se dio cuenta, pidió al conductor que se detuviera. Bajó, se orientó y se fue caminando a casa.
Cuando llegó, le expresé mi preocupación por la tardanza. Ella me contó lo sucedido, y me di cuenta de que el lugar donde se había bajado estaba muy cerca, de hecho, a unos cien metros de la casa de Rebeca, su mejor amiga.
- Pero ¿te diste cuenta de que te bajaste por la casa de Rebeca?
- Sí.
- Entonces, ¿por qué no fuiste a su casa y me llamaste por teléfono, para ir a recogerte?
- ¿Y para qué -respondió-, si yo conocía el camino?
Si bien es cierto que el ómnibus había tomado otra ruta, ella estuvo consciente de que había bajado cerca de la casa de Rebeca. Tantas veces la habíamos llevado a su casa que sabía el camino de memoria. No sintió la necesidad de llamarme por teléfono porque no se había sentido perdida ni desorientada. Además, fue suficiente excusa para caminar sola atravesando la ciudad.
Un día tuve que ir a cierta universidad para para recibir mi pago por una conferencia que dicté Pero no tenía dinero para el taxi. En otras palabras, tenía dinero, pero no en la mano. Ni modo de ir a pie. La universidad quedaba a unos 45 minutos en automóvil.
Cuando llegó, le expresé mi preocupación por la tardanza. Ella me contó lo sucedido, y me di cuenta de que el lugar donde se había bajado estaba muy cerca, de hecho, a unos cien metros de la casa de Rebeca, su mejor amiga.
- Pero ¿te diste cuenta de que te bajaste por la casa de Rebeca?
- Sí.
- Entonces, ¿por qué no fuiste a su casa y me llamaste por teléfono, para ir a recogerte?
- ¿Y para qué -respondió-, si yo conocía el camino?
Si bien es cierto que el ómnibus había tomado otra ruta, ella estuvo consciente de que había bajado cerca de la casa de Rebeca. Tantas veces la habíamos llevado a su casa que sabía el camino de memoria. No sintió la necesidad de llamarme por teléfono porque no se había sentido perdida ni desorientada. Además, fue suficiente excusa para caminar sola atravesando la ciudad.
Un día tuve que ir a cierta universidad para para recibir mi pago por una conferencia que dicté Pero no tenía dinero para el taxi. En otras palabras, tenía dinero, pero no en la mano. Ni modo de ir a pie. La universidad quedaba a unos 45 minutos en automóvil.
Yo estaba mirando por la ventana, desde el sexto piso de nuestro departamento, cuando ella se dio cuenta de que yo estaba meditabundo y circunstanfláutico.
- ¿Qué tanto piensas, papi?
- Estoy fastidiado porque tengo que ir a recoger mi pago a un lugar que queda muy lejos pero no tengo dinero para el taxi.
- Mmmm -pensó un rato, y dijo-, ¡fácil! Ven... ¿Ves ese taxi estacionado allá abajo?
- Sí.
- ¿Qué tanto piensas, papi?
- Estoy fastidiado porque tengo que ir a recoger mi pago a un lugar que queda muy lejos pero no tengo dinero para el taxi.
- Mmmm -pensó un rato, y dijo-, ¡fácil! Ven... ¿Ves ese taxi estacionado allá abajo?
- Sí.
- El taxista se llama David. Dile que eres el papá de Paloma y explícale el problema. Dile que te lleve y que le pagas después. Y como están las cosas, no creo que te diga que no.
Parecía un chiste de Mafalda. Yo no sabía que ella conocía a aquel taxista. Nos habíamos mudado recientemente. Ṕero la idea me pareció interesante. La miré, pausé y bajé adonde el tal David.
- Señor, buenos días. ¿Usted es David?
- Ah, ¡cómo está, señor! ¡Usted es el papá de Paloma! Es una niña muy inteligente.
Quedé pasmado. Se alegró mucho de conocerme.
- Mire, debo recabar un pago en la universidad tal, pero no tengo para el taxi. ¿Cree que puede llevarme, y le pago después?
- ¡Por supuesto! No hay problema. ¡Vamos!
Así fue como -sin dinero- llegué a la universidad. Incluso, de ahí David me llevó al banco, le pagué y resolví mi problema. Mi hija, aunque todavía no llegaba a los diez años de edad, definitivamente me había demostrado que se había convertido en varios ceros a la derecha para la familia.
Una vez, cuando estaba en segundo grado de primaria, unos compañeros de clase se fueron a los puñetazos en el salón de clases en un momento en que la maestra se ausentó por unos minutos. De regreso al aula, se dio cuenta de lo sucedido, y preguntó: "¿Quiénes fueron?", pero nadie quiso involucrarse.
Como el maestro sabía que Paloma era una niña responsable, se dirigió a ella delante de todos y le preguntó: "¡Paloma! ¿Quienes fueron?". Y Paloma, que no tenía ningún problema en expresarse con la verdad, en su inocencia señaló a ambos: "Él y él". ¡Para qué habló! Hasta ese tiempo ella no sabía cuán cruel podía ser el mundo por ejercer uno su derecho a la libre expresión.
Sobre uno de los muchachos -probablemente el que inició la bronca- pendía una amenaza de expulsión. "La próxima, te vas", le había dicho la Directora. Y así fue. Acto seguido, lo expulsaron de la escuela sin más. El otro muchacho recibió una severa advertencia.
Parecía un chiste de Mafalda. Yo no sabía que ella conocía a aquel taxista. Nos habíamos mudado recientemente. Ṕero la idea me pareció interesante. La miré, pausé y bajé adonde el tal David.
- Señor, buenos días. ¿Usted es David?
- Ah, ¡cómo está, señor! ¡Usted es el papá de Paloma! Es una niña muy inteligente.
Quedé pasmado. Se alegró mucho de conocerme.
- Mire, debo recabar un pago en la universidad tal, pero no tengo para el taxi. ¿Cree que puede llevarme, y le pago después?
- ¡Por supuesto! No hay problema. ¡Vamos!
Así fue como -sin dinero- llegué a la universidad. Incluso, de ahí David me llevó al banco, le pagué y resolví mi problema. Mi hija, aunque todavía no llegaba a los diez años de edad, definitivamente me había demostrado que se había convertido en varios ceros a la derecha para la familia.
Una vez, cuando estaba en segundo grado de primaria, unos compañeros de clase se fueron a los puñetazos en el salón de clases en un momento en que la maestra se ausentó por unos minutos. De regreso al aula, se dio cuenta de lo sucedido, y preguntó: "¿Quiénes fueron?", pero nadie quiso involucrarse.
Como el maestro sabía que Paloma era una niña responsable, se dirigió a ella delante de todos y le preguntó: "¡Paloma! ¿Quienes fueron?". Y Paloma, que no tenía ningún problema en expresarse con la verdad, en su inocencia señaló a ambos: "Él y él". ¡Para qué habló! Hasta ese tiempo ella no sabía cuán cruel podía ser el mundo por ejercer uno su derecho a la libre expresión.
Sobre uno de los muchachos -probablemente el que inició la bronca- pendía una amenaza de expulsión. "La próxima, te vas", le había dicho la Directora. Y así fue. Acto seguido, lo expulsaron de la escuela sin más. El otro muchacho recibió una severa advertencia.
El problema fue que uno de estos jóvenes tenía hermanas en segundo, tercero, y creo que en quinto grado, a quienes no les hizo gracia que su hermano recibiera una advertencia, ni que hubiesen expulsado al otro por el testimonio de Paloma.
Estando abrumada por no saber que decir la verdad, obedecer a la maestra o expresarse sin ambages podía traerle consecuencias tan terribles, durante el receso, dos niñas de grados superiores se sentaron a su lado y le preguntaron: "Tú eres Paloma, ¿no?". Ella dijo: "Sí". Y le dijeron: "¡Chismosa!", en todo muy despectivo.
Por primera vez en su vida sintió, como nunca, el peso de la presión social y el desprecio de la humanidad. Los hermanos y hermanas de aquel muchacho se encargaron de manchar su reputación en todo el colegio. Sin duda fue muy triste.
De regreso a casa, se desfogó llorando.
- ¿Qué pasa, mi amor?
- Nada.
- Sí pasa algo. ¿No te gustaría compartirlo conmigo para ver cómo podemos resolverlo?
- Yo no quiero volver nunca más a esa escuela.
Me sentí devastado. ¿Qué pudo ocurrir? Tanto tiempo en esa escuela, feliz de estudiar, ¿y de repente no quería regresar nunca más? Mmm... Tuvo que ser algo muy grave.
Estando abrumada por no saber que decir la verdad, obedecer a la maestra o expresarse sin ambages podía traerle consecuencias tan terribles, durante el receso, dos niñas de grados superiores se sentaron a su lado y le preguntaron: "Tú eres Paloma, ¿no?". Ella dijo: "Sí". Y le dijeron: "¡Chismosa!", en todo muy despectivo.
Por primera vez en su vida sintió, como nunca, el peso de la presión social y el desprecio de la humanidad. Los hermanos y hermanas de aquel muchacho se encargaron de manchar su reputación en todo el colegio. Sin duda fue muy triste.
De regreso a casa, se desfogó llorando.
- ¿Qué pasa, mi amor?
- Nada.
- Sí pasa algo. ¿No te gustaría compartirlo conmigo para ver cómo podemos resolverlo?
- Yo no quiero volver nunca más a esa escuela.
Me sentí devastado. ¿Qué pudo ocurrir? Tanto tiempo en esa escuela, feliz de estudiar, ¿y de repente no quería regresar nunca más? Mmm... Tuvo que ser algo muy grave.
Pero no reaccioné como cualquier padre. No le dije: "Pero, hijita, tienes que bla, bla, bla...". Me puse en su lugar sin cuestionar sus sentimientos y fortalecí su carácter y personalidad por medio de acatar su decisión y le dije:
- Está bien. Si no quieres volver nunca más a esa escuela, prepararemos juntos una carta dirigida a la Directora y mañana mismo se la entregaremos. Buscaremos otra escuela, la que más te guste, para que sigas estudiando. ¿De acuerdo?
- Sí.
- Beso para su padre.
En realidad, yo no quería que ella dejara la escuela. Quería que enfrentara la situación y mostrara fortaleza de carácter frente al problema, que no se dejara intimidar. Tenía que doblegarla y lograr que cambiara de opinión y decidiera plantarle cara al asunto. Pero no quise hacerlo por la fuerza. Tenía que maniobrar los asuntos para causar ese efecto, de modo que ella misma recapacitara y decidiera seguir en la escuela. Si la forzaba, tal vez me odiaría por el resto de su vida, o perdería su confianza como amigo. Mmm, ¿qué hacer?
Además, estaba a mitad del año escolar. Sacarla de la escuela implicaría que perdería el resto del año. Por otro lado, para ese tiempo, buscar otra escuela demandaría un tiempo que perderíamos, además de dinero que escapaba de nuestro presupuesto. En pocas palabras, el problema era bastante complicado por muchas razones.
- Está bien. Si no quieres volver nunca más a esa escuela, prepararemos juntos una carta dirigida a la Directora y mañana mismo se la entregaremos. Buscaremos otra escuela, la que más te guste, para que sigas estudiando. ¿De acuerdo?
- Sí.
- Beso para su padre.
En realidad, yo no quería que ella dejara la escuela. Quería que enfrentara la situación y mostrara fortaleza de carácter frente al problema, que no se dejara intimidar. Tenía que doblegarla y lograr que cambiara de opinión y decidiera plantarle cara al asunto. Pero no quise hacerlo por la fuerza. Tenía que maniobrar los asuntos para causar ese efecto, de modo que ella misma recapacitara y decidiera seguir en la escuela. Si la forzaba, tal vez me odiaría por el resto de su vida, o perdería su confianza como amigo. Mmm, ¿qué hacer?
Además, estaba a mitad del año escolar. Sacarla de la escuela implicaría que perdería el resto del año. Por otro lado, para ese tiempo, buscar otra escuela demandaría un tiempo que perderíamos, además de dinero que escapaba de nuestro presupuesto. En pocas palabras, el problema era bastante complicado por muchas razones.
Aún así, estuve dispuesto a asumir todas las consecuencias, pero tenía que apoyarla. En principio, no se me ocurrió cómo podría resolver el problema, ni una sola idea. Me sentía entre la espada y la pared.
Por eso, la abracé cariñosamente, le di un beso y me dirigí a mi máquina de escribir para preparar la carta. El tenor resultó más o menos así:
Pedí una cita por teléfono y fuimos a la escuela el siguiente día. La Directora nos recibió amablemente, nos sentamos y le entregué la carta. Mientras la leía podíamos notar cómo le impactaba en el alma. Suspiró de impotencia y dijo:
- Pero ¿por qué, Palomita? Tú eres muy buena alumna, siempre lo fuiste, y nunca hemos tenido problemas contigo. Son ellos los que se han portado mal y merecen que se vayan. Pero tú.... ¿No podrías pensarlo mejor y reconsiderar tu decisión? Ese muchacho vino recientemente de otra escuela y ya había recibido varias advertencias por crear problemas. Le habíamos prometido que le podia costar una expulsión, y eso hicimos. Ya fue expulsado. El otro solo ha recibido una reprimenda, bien merecida.
- Estoy de acuerdo -interrumpí, y no discutiré la política de su escuela. Pero insisto en que hacerlo de ese modo resultó en demasiada presión social sobre una niña de 13 años. Si se tratara de un abuso contra ella, estaría bien, porque el castigo sería una expresión de justicia que resultaría en un alivio, no en una aflicción. Pero en este caso, creo que no pensaron en las consecuencias.
Por eso, la abracé cariñosamente, le di un beso y me dirigí a mi máquina de escribir para preparar la carta. El tenor resultó más o menos así:
"Estimada Srta. Directora:
Soy el padre de su alumna Paloma Ruiz. Permítame saludarla afectuosamente y agradecerle lo gentil y generosa que siempre fue con nuestra hija desde que se matriculó en su escuela. Espero que siempre tenga un buen recuerdo de ella.
La razón para escribirle es que ayer regresó muy consternada debido a un desagradable asunto acerca del cual seguramente usted tiene conocimiento. Dice que expulsaron a un joven, y a otro le dieron una severa advertencia por el testimonio de ella. Su maestra le había preguntado delante de todos quiénes habían creado el desorden.
El problema es que mi hija dice que todos en la escuela se volvieron contra ella, llamándola chismosa y otras cosas, y la presión fue tan grande que mi hija ya no desea volver a la escuela. Sus padres hemos decidido respetar sus deseos y respaldarla.
Sé que esto debe de entristecerla a usted, ya que se trata de una buena alumna. Pero no podemos hacer nada al respecto. Sin embargo, nos parece que expulsar a un joven solo por el testimonio de una niña, tratándose de un asunto tan común en las escuelas, como es el que dos jóvenes peleen entre sí, es colocar demasiada presión social sobre sus hombros. Debieron pedirle su testimonio en privado y proteger su integridad, en vez de hacerlo delante de todos. El resultado fue que se vengaron de ella deshonrando su reputación.
Por lo tanto, sírvase disponer todos los documentos necesarios para retirarla de su escuela, a fin de poder matricularla cuanto antes en otro lugar.
Atentamente, [etc.]"
Pedí una cita por teléfono y fuimos a la escuela el siguiente día. La Directora nos recibió amablemente, nos sentamos y le entregué la carta. Mientras la leía podíamos notar cómo le impactaba en el alma. Suspiró de impotencia y dijo:
- Pero ¿por qué, Palomita? Tú eres muy buena alumna, siempre lo fuiste, y nunca hemos tenido problemas contigo. Son ellos los que se han portado mal y merecen que se vayan. Pero tú.... ¿No podrías pensarlo mejor y reconsiderar tu decisión? Ese muchacho vino recientemente de otra escuela y ya había recibido varias advertencias por crear problemas. Le habíamos prometido que le podia costar una expulsión, y eso hicimos. Ya fue expulsado. El otro solo ha recibido una reprimenda, bien merecida.
- Estoy de acuerdo -interrumpí, y no discutiré la política de su escuela. Pero insisto en que hacerlo de ese modo resultó en demasiada presión social sobre una niña de 13 años. Si se tratara de un abuso contra ella, estaría bien, porque el castigo sería una expresión de justicia que resultaría en un alivio, no en una aflicción. Pero en este caso, creo que no pensaron en las consecuencias.
Pausó, me miró desconsolada, la miró con rostro entristecido y le preguntó:
-¿Qué podríamos hacer, Palomita, para convencerte de que te quedes en nuestra escuela? ¿Hay algo que podemos hacer? No queremos que te vayas.
Y me quedé pasmado al observar cómo a mi hija se le iluminó la mente en un instante y dijo, en tono muy seguro de sí misma, haciendo gala de gestos y ademanes:
- Bueno, yo estaría dispuesta a seguir en esta escuela si más bien usted reconsidera la situación, le da una oportunidad al chico que expulsaron y le permite regresar. Porque seguramente sus padres también están desesperados.
- ¡Qué magnífica idea, Palomita! -exclamó después de pensarlo unos segundos-. Hablaré con la Promotora y estoy segura de que le agradará saber de nuestra conversación. Espero que todo salga bien y que pronto puedas reincorporarte a clases. Cuenta con mi apoyo y aprecio.
Y así nos retiramos aquella mañana con la frente alta. Yo estaba que no cabía en mí. Jamás imaginé que esa sería la solución, ni que se le ocurriría nada menos que a ella.
Recuerdo que cuando salimos le estreché fuertemente la mano, la abracé y le dije: "Hijita, te felicito. Te admiro por haber resuelto el problema. No es común que una niña tuerza una decisión tomada por la Dirección en su escuela, y mucho menos en un caso tan delicado, tratando se de una expulsión. Me has demostrado que tienes un gran sentido de responsabilidad, que eres muy creativa para resolver tus problemas. Sigue así, hijita, que a partir de ahora ninguna puerta que se cierre frente a ti permanecerá cerrada por mucho tiempo. Eres una gran administradora. Supiste resolver el problema mejor que tu padre y que la Directora de tu escuela".
Al día siguiente recibimos la tan esperada llamada teléfónica: "Señor Ruiz, hemos decidido llevar a cabo la solución que propuso su hija. El joven expulsado ha sido restablecido, y sus padres se sienten muy agradecidos a Palomita. Él mismo quiere agradecérselo personalmente. Esperamos a Palomita mañana para que continúe sus estudios en nuestra escuela".
Mi hija se puso muy contenta por la noticia, y nosotros también. Yo estaba anonadado de ver el efecto práctico que había tenido en nuestra hija el tipo de crianza que los testigos de Jehová damos a nuestros hijos con base en la Biblia.
Al día siguiente recibimos la tan esperada llamada teléfónica: "Señor Ruiz, hemos decidido llevar a cabo la solución que propuso su hija. El joven expulsado ha sido restablecido, y sus padres se sienten muy agradecidos a Palomita. Él mismo quiere agradecérselo personalmente. Esperamos a Palomita mañana para que continúe sus estudios en nuestra escuela".
Mi hija se puso muy contenta por la noticia, y nosotros también. Yo estaba anonadado de ver el efecto práctico que había tenido en nuestra hija el tipo de crianza que los testigos de Jehová damos a nuestros hijos con base en la Biblia.
El libro de Proverbios 2:10-15 dice: “Cuando la sabiduría entre en tu corazón y el conocimiento se convierta en algo agradable para tu alma, la capacidad de pensar velará por ti y el discernimiento te protegerá para librarte del mal camino, del hombre que dice cosas perversas, de los que abandonan los senderos de la rectitud para andar por los caminos de la oscuridad, de los que disfrutan haciendo el mal —que gozan con la perversidad y la maldad—, de los que van por caminos torcidos y siguen una trayectoria totalmente desviada.”
Pero allí no había terminado todo. Cuando ella regresó al día siguiente, todos se enteraron de que el muchacho expulsado había regresado porque Palomita había abogado por él, cambiando la decisión de la Dirección de la escuela.
Pero allí no había terminado todo. Cuando ella regresó al día siguiente, todos se enteraron de que el muchacho expulsado había regresado porque Palomita había abogado por él, cambiando la decisión de la Dirección de la escuela.
¡Qué niño puede torcer la decisión de la Directora de su escuela? Eso no se ve en ninguna parte. Pero ella había tenido el poder de hacerlo, algo que ninguno de compañeros hubiera imaginado jamás.
Nadie conoció los pormenores de la conversación que habíamos tenido con la Directora. Solo sabían que, gracias a Paloma, el muchacho había recibido una nueva oportunidad.
Nadie conoció los pormenores de la conversación que habíamos tenido con la Directora. Solo sabían que, gracias a Paloma, el muchacho había recibido una nueva oportunidad.
¡Ahora todos en la escuela cambiaron de parecer y la vieron con otros ojos! La encomiaron, y volvieron a respetarla como antes, incluso mejor, porque a partir de ese día, cuando Paloma ingresaba al salón, todos le mostraban respeto.
También se ganó el respeto de sus padres, y nos dio una prueba más de que no es necesario usar la fuerza ni ser violentos para resolver los problemas. Gracias a Dios, todo salió bien.
También se ganó el respeto de sus padres, y nos dio una prueba más de que no es necesario usar la fuerza ni ser violentos para resolver los problemas. Gracias a Dios, todo salió bien.
En un tiempo cuando los jóvenes entran al desarrollo y sus hormonas comienzan a despertar en ellos la mar de sensaciones y emociones juveniles, cierto muchacho de la escuela comenzó a asediarla. Paloma se cansó y le mostró su dedo índice muy cerca del rostro, diciéndole con absoluta firmeza: "¡¡Si me buscas, me vas a encontrar, ya sabes!!".
Dijo que todos los que observaban añadieron, casi en coro: "¡Con Paloma no te metas!". Y así fue. Los años siguientes ella siguió con sus estudios sin que le dieran problemas.
Recuerdo que cuando ella tenía unos nueve años de edad, estábamos en casa llevando a cabo las tareas normales de un día sábado. De repente, dijo en tono despectivo: "¡Este vestido no me gusta!". Observé su actitud y noté un aire de desprecio, orgullo y queja, de modo que le dije:
- ¿No te gusta ese vestido, hija?
- ¡No! ¡Es horrible!
- Venga, señorita, venga aquí un momento y siéntese al lado de su padre, que le voy a decir algo muy importante.
Se sentó a mi lado, y le expliqué: "Mira, hijita, tienes nueve años. Hasta este momento tus padres te hemos dado todo lo que necesitaste en la vida. Primero tu madre te dio de mamar, después te dimos leche en biberón, se te cambiaron los pañales y te compramos la ropita que podíamos comprarte. Algunos vestidos eran bonitos, otros no. Ahora tienes nueve años y has empezado a quejarte de la ropa que te compramos. ¿No te gusta ese vestido?
- ¡No! ¡No me gusta! ¡Es horrible!
- Bueno, si ese vestido no te gusta... Nosotros te compramos lo que creemos que necesitas, y te compramos lo que podemos. Si ese vestido no te gusta, cómprate otro con tu plata.
Me quedó mirando como si le hubiera hablado en chino, y añadió:
- ¿Con mi plata? Yo no tengo plata. La propina que me dan no me alcanza.
- ¿No te alcanza?
- ¡No!
- Bueno, tendrás que hacer que te alcance. Porque, desde ahora, si un vestido no te gusta, Tendrás que comprarte otro con tu plata.
- Pero yo no tengo plata. Soy una niña. ¿De dónde voy a conseguir plata?
- Trabaja.
- ¿Trabajar? ¿En qué?
- No sé. Ya se te ocurrirá algo. Pero si quieres otro vestido, cómpratelo con tu plata.
Así me levanté y seguí haciendo mis cosas. Ella se quedó sentada, dándole vueltas al asunto. La cuestión le había quedado clara. ¡A quejarse a otra parte! Nosotros le dábamos lo necesario, pero aunque aceptaríamos sugerencias y solicitudes, no estaríamos dispuestos a ser manipulados, y mucho menos de una manera exigente ni poco respetuosa. Ella necesitaba aprender una lección.
Pasó algún tiempo y noté que llevaba puesto un vestido nuevo, muy bonito, y me dio curiosidad.
- ¿Y ese vestido?
- Me lo compré.
- ¿Te lo compraste?
- Sí.
- ¿Y con qué plata?
- Con mi plata.
- ¿Con tu plata?
- Sí.
- ¿Y dónde conseguiste plata?
- Trabajando. ¿No me dijiste que trabaje?
- ¿Ah, sí?
- Sí.
Me preocupé terriblemente. Se suponía que si quería trabajar, lo lógico sería enterarme. Para darle sugerencias, opinar en cuanto al tipo de trabajo o de otra manera darle permiso. Pero no. Sencillamente me sorprendió con la respuesta.
- ¿Y se puede saber en qué has trabajado?
- Sí.
- ¿Dónde?
- Cuidando niños.
- ¡Cuidando niños? ¿Qué niños has cuidado? ¡Esa es una gran responsabilidad! ¿Dónde cuidaste a esos niños?
Estaba desesperado, aunque trataba de mantener el control y mostrarme equilibrado. En realidad, estaba asustado. Se me pararon los pelos de punta. ¿Significaba que ingresó a la casa de otras personas y permaneció allí por sabe Dios cuánto tiempo a cargo de otros niños? ¿Quiénes eran esas personas? ¿Por qué no nos pidió permiso?
- ¿Qué niños son esos?
- Es solo Sebastián, el hijito de Sofía, la señora del noveno piso.
¡Ah! (¡Qué alivio!) Conocíamos a Sofía, una estudiante de psicología. "¿Y cómo conseguiste el trabajo?" -le pregunté. A lo cual respondió: "Subíamos juntas en el ascensor. La miré y le dije:
- Hola, señora.
- Hola, Palomita.
- Mmmm, ¿puedo hacerle una pregunta?
- Sí.
- ¿Usted a veces va a fiestas y reuniones?
- Sí.
- ¿Y no ha pensado que a veces, cuando se vaya a una reunión, yo podría cuidar a Sebastián hasta que usted regrese?
- ¿Tú? ¿Cuidar a Sebastián? Mmm, podría ser.
- Pero cuatro veces mínimo.
- ¡Cuatro veces mínimo? ¡Qué chiquita esta! Mmm, me parece interesante. Podría ser. Yo te aviso.
- Pero al contado y por adelantado.
- ¡Dios mío! ¡Qué chiquita esta! ¿Cuatro veces mínimo y por adelantado?
- Sí.
- Y ¿por qué tanto interés?
- Porque quiero comprarme un vestido. La propina no me alcanza, y mi papá dice que si quiero otro vestido, me lo compre con mi plata. Yo le dije que no tengo plata, pero él me dijo que trabaje. Entonces le dije que yo soy una niña, que no tengo trabajo, y él me dijo: "Ya se te ocurrirá algo". Y se me acaba de ocurrir que podría cuidar a Sebastián. ¿No cree usted que es una buena idea?".
- ¡Qué chiquita! ¡Trato hecho! Cuatro veces mínimo.
- Por adelantado.
- Sí, por adelantado. Yo te aviso.
Dijo que allí mismo, en ese mismo momento, abrió su cartera y le pagó las cuatro visitas. Fue su primer trabajo.
Recuerdo que cuando ella tenía unos nueve años de edad, estábamos en casa llevando a cabo las tareas normales de un día sábado. De repente, dijo en tono despectivo: "¡Este vestido no me gusta!". Observé su actitud y noté un aire de desprecio, orgullo y queja, de modo que le dije:
- ¿No te gusta ese vestido, hija?
- ¡No! ¡Es horrible!
- Venga, señorita, venga aquí un momento y siéntese al lado de su padre, que le voy a decir algo muy importante.
Se sentó a mi lado, y le expliqué: "Mira, hijita, tienes nueve años. Hasta este momento tus padres te hemos dado todo lo que necesitaste en la vida. Primero tu madre te dio de mamar, después te dimos leche en biberón, se te cambiaron los pañales y te compramos la ropita que podíamos comprarte. Algunos vestidos eran bonitos, otros no. Ahora tienes nueve años y has empezado a quejarte de la ropa que te compramos. ¿No te gusta ese vestido?
- ¡No! ¡No me gusta! ¡Es horrible!
- Bueno, si ese vestido no te gusta... Nosotros te compramos lo que creemos que necesitas, y te compramos lo que podemos. Si ese vestido no te gusta, cómprate otro con tu plata.
Me quedó mirando como si le hubiera hablado en chino, y añadió:
- ¿Con mi plata? Yo no tengo plata. La propina que me dan no me alcanza.
- ¿No te alcanza?
- ¡No!
- Bueno, tendrás que hacer que te alcance. Porque, desde ahora, si un vestido no te gusta, Tendrás que comprarte otro con tu plata.
- Pero yo no tengo plata. Soy una niña. ¿De dónde voy a conseguir plata?
- Trabaja.
- ¿Trabajar? ¿En qué?
- No sé. Ya se te ocurrirá algo. Pero si quieres otro vestido, cómpratelo con tu plata.
Así me levanté y seguí haciendo mis cosas. Ella se quedó sentada, dándole vueltas al asunto. La cuestión le había quedado clara. ¡A quejarse a otra parte! Nosotros le dábamos lo necesario, pero aunque aceptaríamos sugerencias y solicitudes, no estaríamos dispuestos a ser manipulados, y mucho menos de una manera exigente ni poco respetuosa. Ella necesitaba aprender una lección.
Pasó algún tiempo y noté que llevaba puesto un vestido nuevo, muy bonito, y me dio curiosidad.
- ¿Y ese vestido?
- Me lo compré.
- ¿Te lo compraste?
- Sí.
- ¿Y con qué plata?
- Con mi plata.
- ¿Con tu plata?
- Sí.
- ¿Y dónde conseguiste plata?
- Trabajando. ¿No me dijiste que trabaje?
- ¿Ah, sí?
- Sí.
Me preocupé terriblemente. Se suponía que si quería trabajar, lo lógico sería enterarme. Para darle sugerencias, opinar en cuanto al tipo de trabajo o de otra manera darle permiso. Pero no. Sencillamente me sorprendió con la respuesta.
- ¿Y se puede saber en qué has trabajado?
- Sí.
- ¿Dónde?
- Cuidando niños.
- ¡Cuidando niños? ¿Qué niños has cuidado? ¡Esa es una gran responsabilidad! ¿Dónde cuidaste a esos niños?
Estaba desesperado, aunque trataba de mantener el control y mostrarme equilibrado. En realidad, estaba asustado. Se me pararon los pelos de punta. ¿Significaba que ingresó a la casa de otras personas y permaneció allí por sabe Dios cuánto tiempo a cargo de otros niños? ¿Quiénes eran esas personas? ¿Por qué no nos pidió permiso?
- ¿Qué niños son esos?
- Es solo Sebastián, el hijito de Sofía, la señora del noveno piso.
¡Ah! (¡Qué alivio!) Conocíamos a Sofía, una estudiante de psicología. "¿Y cómo conseguiste el trabajo?" -le pregunté. A lo cual respondió: "Subíamos juntas en el ascensor. La miré y le dije:
- Hola, señora.
- Hola, Palomita.
- Mmmm, ¿puedo hacerle una pregunta?
- Sí.
- ¿Usted a veces va a fiestas y reuniones?
- Sí.
- ¿Y no ha pensado que a veces, cuando se vaya a una reunión, yo podría cuidar a Sebastián hasta que usted regrese?
- ¿Tú? ¿Cuidar a Sebastián? Mmm, podría ser.
- Pero cuatro veces mínimo.
- ¡Cuatro veces mínimo? ¡Qué chiquita esta! Mmm, me parece interesante. Podría ser. Yo te aviso.
- Pero al contado y por adelantado.
- ¡Dios mío! ¡Qué chiquita esta! ¿Cuatro veces mínimo y por adelantado?
- Sí.
- Y ¿por qué tanto interés?
- Porque quiero comprarme un vestido. La propina no me alcanza, y mi papá dice que si quiero otro vestido, me lo compre con mi plata. Yo le dije que no tengo plata, pero él me dijo que trabaje. Entonces le dije que yo soy una niña, que no tengo trabajo, y él me dijo: "Ya se te ocurrirá algo". Y se me acaba de ocurrir que podría cuidar a Sebastián. ¿No cree usted que es una buena idea?".
- ¡Qué chiquita! ¡Trato hecho! Cuatro veces mínimo.
- Por adelantado.
- Sí, por adelantado. Yo te aviso.
Dijo que allí mismo, en ese mismo momento, abrió su cartera y le pagó las cuatro visitas. Fue su primer trabajo.
Así fue como mi hija comenzó a ganar su propio dinero. Y como forzando un poquito más la cosa, le estreché la mano y le dije: "¡Hijita, te felicito! Haz aprendido el secreto para conseguir dinero". Y a partir de entonces no le dimos más propina. Cuando ella quería ir al cine, al teatro o a comer con sus amiguitos, preparaba un pastel y lo vendía, o cuidaba niños, o vendía uno de sus juguetes antiguos. Nunca volvió a pedirnos dinero.
Lógicamente, seguimos dándole lo necesario, como siempre. Si necesitaba ingredientes para preparar una torta, le dábamos el dinero para comprarlos, a condición que nos lo devolviera (no porque lo necesitábamos, sino para que también comprendiera lo que significa obtener un préstamo y pagarlo puntualmente). Así comenzó a ser muy responsable y juiciosa con el dinero.
Lógicamente, seguimos dándole lo necesario, como siempre. Si necesitaba ingredientes para preparar una torta, le dábamos el dinero para comprarlos, a condición que nos lo devolviera (no porque lo necesitábamos, sino para que también comprendiera lo que significa obtener un préstamo y pagarlo puntualmente). Así comenzó a ser muy responsable y juiciosa con el dinero.
No sé me malinterprete. Eso no tenía nada que ver con el materialismo ni con un modo de vida mundano. Nadie en su sano juicio podía negar que a principio de los 80 este mundo se había vuelto muy peligroso. ¿Quién cuidaría de nuestra niña si algo grave nos sucedía?
Es cierto que siempre en nuestro hogar confiábamos en Dios. Pero también sabíamos que Dios nos enseña a pensar de manera prácticas a fin de ser resilientes y proactivos, y a salir adelante. Si algo me inquietaba era la probabilidad de que sus padres murieran prematuramente y ella no hubiera aprendido a defenderse sola.
¿Cómo fortalecerla para aprender a enfrentar los riesgos a lo que quedaría expuesta, ganar su propio sustento y liberarse del temor al futuro? ¡Enseñándole a pensar y a tomar decisiones correctas! No tenía nada que ver con el materialismo.
Poco antes de cumplir mis 70 años pude mirar hacia atrás y confirmar que no me había equivocado. Aunque Pocha y yo logramos sobrevivir al paso del tiempo y no morimos prematuramente, nuestra hija nos demostró fehacientemente de muchas maneras haber llegado a ser una sobreviviente, resiliente a más no poder y llena de vida, a pesar de que el cáncer intentó doblegarla.
Pero salió venciendo y pisoteó a la adversidad como se aplastaría a un bicho molesto. Demostró ser de corazón valiente. Cerró las puertas al desaliento, se armó de valor y siguió adelante, dejándonos boquiabiertos debido a su carácter y personalidad.
No me había equivocado. Este mundo había resultado ser más peligroso de lo que yo había imaginado. Hicimos bien en "enseñarle a pescar, no solo darle un pescado". Ella entendió y nadó con todas sus fuerzas contra todo pronóstico y salió ganando como una campeona.
Darle su espacio y dejarla volar con sus propias alas fue, por un lado, muy triste, pero por otro, confiábamos en que Dios se haría cargo. En cierto sentido, habíamos dejado de ser sus padres. Poco a poco nos transformamos en nada más que un recuerdo, una evocación de cuando aprendía a dar sus primeros pasos, a probar sus primeros alimentos y a tomar sus propias pequeñas decisiones. Podría enfrentar lo que viniera, y así fue.
Nunca nos dio problemas. Al contrario. Siempre fue una niña obediente responsable y buena. Se casó con un hombre magnífico, muy hábil en el campo informático, y tuvo un hijo maravilloso al que muchos llegaron a apreciar del mismo modo como la apreciaron a ella.
Desde muy pequeña aprendió a ser fuerte y a sobreponerse a todo con la ayuda de Dios. Como padres, hicimos bien en recordarnos a nosotros mismos que nuestra hija no nos pertenecía. Siempre le había pertenecido a Jehová, el Dios de la Biblia, el Padre Nuestro que está en los cielos, el Dios de tiernas misericordias.
Tambien, como padres, tuvimos que aprender a vivir en nuestro propio espacio, sufriendo el inevitable síndrome del nido vacío, el cual había llegado a ser una realidad inexorable en nuestro caso. Nuestra juventud física nos estaba pasando la factura; pero la experiencia de los años nos abría una perspectiva y un panorama muy interesante.
Me encanta la foto en que aparece al inicio de este artículo, no solo porque me parece linda, sino porque me trae todos esos buenos recuerdos y porque fue una fotografía que se tomó para inscribirse en la escuela.
Solo hubo un inconveniente con esa foto: Al lado derecho le faltaba un diente que le malograba la sonrisa para la toma. ¿Cómo hacer?
Fuimos a Foto Artist, en Julio C. Tello, Lince, a visitar a un gran fotógrafo. Sugirió su mejor ángulo y listo. No necesitó hacerle ningún retoque. La escuela le exigía una fotografía "de frente", pero nos atrevimos a llevarles esta. ¿Pusieron objeción? No. La aceptaron sin discusión.
¿Moraleja? Cuando algo te falte, busca un buen fotógrafo y muéstrale tu mejor ángulo. Nadie se dará cuenta de que hay algo que no se pueda superar, por muy complicada que sea la situación. Si es posible, se puede lograr el éxito.
Palomita siempre sonrió y mostró su mejor ángulo en las fotos, aunque el cielo estuviera cayéndose. No por ser hipócrita ni cínica, sino porque siempre se esforzó por no perder su dignidad, su autoestima y su amor a Dios.
¡Gracias, hija, por dejarnos tan bonitos recuerdos y tan gratas enseñanzas! Que Jehová te bendiga y coseches el bien en todo tu camino.
Bueno, me voy a dormir como dice Vanessa Chagray: "En los brazos del recuerdo". Gracias por estar allí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu comprensión.
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.