Para mí también es una de mis frases preferidas por las que me gustaría que me recordaran luego de haber fallecido. Me explico:
Mientras uno vive suele dar apoyo a otras personas, pero cuando se va, hay quienes se amargan con Dios, con la vida, o se sumen en depresión pensando que todo terminó, que ya nada será igual, etc. Sin embargo, un día me contaron de una joven que enfermó de gravedad y no pudo ganar la batalla. Poco antes de morir pidió que la enterraran con un tenedor en la mano.
Todos sus amigos que se acercaron al féretro para verla por última vez notaron que tenía las manos cruzadas, la una sobre la otra, y que con una de ellas sostenía un tenedor. De modo que se preguntaban qué simbolizaba aquello.
"A veces, cuando a uno lo invitan a cenar -explicaron sus allegados-, no siempre hay muchos cubiertos disponibles, de manera que, con la confianza propia de los amigos, le dicen que se quede con el tenedor porque todavía viene lo mejor". Ahora ella quiere que todos la recuerden como una persona positiva, luchadora, que rara vez se rendía. Y qué mejor que en su lecho de muerte, para que todos sepan que ella realmente creía en un Paraíso donde encontraría la vida que realmente quería.
En otras palabras, lo que ella quería decirles es que no desmayen. La vida continúa. Lo mejor todavía está por venir. Dicho de otro modo: "Guarden su tenedor. ¡Un comercial, y regreso!". Un mensaje de esperanza representado magistralmente por un tenedor en la mano, y una enseñanza profunda que invita a reflexionar en la brevedad de la vida y la esperanza de una vida mejor más allá del dolor y la tristeza.
Yo también me iré algún día y no quisiera que alguien por ahí pensara que todo se acabó, como si yo hubiera sido alguna especie de sol alrededor del cual giraron los planetas, porque nunca fue así, por lo menos en mi caso. Siempre enseñé a mi esposa e hija que en nuestro hogar no había ningún rey ni reina, ni príncipe ni princesa, ni corazón ni centro del universo alrededor del cual giraban las vidas de los demás. ¿Por qué? ¿Es que hay algún problema con eso? Lamentablemente, sí.
De hecho, algunos psicólogos creen que cuando uno asigna a los hijos títulos como "mi corazón", "mi reina", el hijo o la hija que fuera el centro de dicha atención pudieran, sin quererlo, formar tal vínculo de dependencia que después se le hiciera muy difícil, por no decir improbable, dejar la casa paterna para formar su propio hogar ("Si dejo a mi madre, la mato de la pena, porque soy la niña de sus ojos, su corazón, su reina. Sin mí se muere. Lo siento, no puedo casarme contigo ni con nadie. Mis padres son primero", o "No puedo estudiar en el extranjero porque mi padre no lo soportaría. Sufre del corazón, le puede dar un infarto"). De hecho, hay padres tan manipuladores que son capaces de sentenciar o condenar al hijo o la hija con frases como: "Si te vas, me da un ataque", o "¡Sin mí no serías nada! Yo te hice, yo te di de comer, yo te enseñé todo lo que sabes. Me debes la vida", o "Si te vas, me mato", o "Si te vas, no estaré aquí cuando regreses", o "Si te vas, no regreses nunca", de modo que los hacen sentir como de su propiedad, como si no tuvieran derecho a tener una vida.
Por eso, antes de casarnos hice algunos tratos con mi esposa, para que quedaran claras algunas cosas y después no hubieran malentendidos. Uno de ellos era que, siendo solo dos personas, no teníamos por qué contratar empleados que nos hicieran las cosas básicas necesarias. Nosotros mismos teníamos que ser capaces de hacerlas. Y cuando nació nuestra hija continuamos con la misma mentalidad. Éramos tres y podíamos encargarnos de la casa perfectamente. Solo contrataríamos empleados si las circunstancias realmente lo justificaban, es decir, que las cosas se nos fueran hasta cierto grado de las manos. Eso de que en nuestra casa el hombre es quien debería hacer la limpieza general, fue idea mía, no de ella. Porque es trabajo duro. Sus manos se maltratarían, y una de las cosas que más que gustan de ella son sus manos. Lo mismo con la lavada de platos. Ella puede hacerlo, pero prefiero hacerlo yo. No necesitamos empleados para eso.
Conozco un amigo que levanta pesas, pero en su casa no pasa ni una escoba. ¡Por favor! Que limpie toda su casa, hasta el último rincón, ventanas incluidas, y verá cómo se le agrandan los músculos.
Cuando nuestra hija alcanzó un nivel mínimo de entendimiento y comunicación, también comenzó a poner en práctica algunas de las cosas que veía en la televisión, pretendiendo manipularnos para que nuestra vida girara a su alrededor, como si ella fuera lo más importante. De manera que me vi obligado a aclararle algunos puntos.
- Señorita, usted es muy linda e inteligente; y su madre es muy linda e inteligente; y su padre es muy lindo e inteligente, pero ninguno en esta casa gira alrededor del otro como si fuera un planeta. Usted es nuestra hijita linda y pechocha, y la razón de muchas de nuestras preocupaciones, pero que quede bien claro que nosotros no giramos alrededor de usted, ni usted alrededor de nosotros.
Supongo que no entendió lo de los planetas, ni lo que significaban las palabras inteligencia y preocupaciones, pero qué bien que la captó. Sin embargo, cuando creció, tuve que recordárselo en otros términos.
Ocurrió algo que la hizo exclamar, frustrada: "¡¡Ya no los aguanto!!"
Seguramente, en algún momento, ella oyó al Chavo del Ocho o a la Chilindrina decir eso, y pensó que estaba bien decírnoslo. De modo que le contesté en tono cariñoso, pero firme:
- ¿No nos aguantas?
- No, ya no los aguanto.
- Bueno, ¿sabe usted, señorita, por qué tiene que aguantarnos?
- ¡No!
- Pues, por la misma razón por la que nosotros te aguantamos a ti. Aquí somos una familia, y está compuesta de tres seres humanos imperfectos. Por eso, tu madre me tiene que aguantar a mí y a ti; yo tengo que aguantar a tu madre y a ti; y tú tienes que aguantarnos a tu madre y a mí. ¿Entendido?
Se quedó en una pieza, mirándome de soslayo, como diciendo: "Ups, esa respuesta no me la sabía", y se quedó callada. Entonces añadí: "¿Entendido?", a lo que ella dijo: "Sí". Fin del problema. A partir de allí todos pudimos soportarnos aún mejor.
Éramos una familia. Eso estaba claro, pero parece que ella todavía abrigaba la idea de que ella era el centro del universo, porque se erigió a sí misma como la que tenía que soportarnos, como si sus errores no fuesen tan importantes que nosotros no tuviésemos que soportarla a ella.
Algo que dificultaba la tarea de la convivencia pacífica era que los tres éramos diferentes, cada uno con sus cosas. Teníamos que aprender a convivir tolerando los defectos de los demás y esforzándonos por no fastidiarles la paciencia.
Con la aclaración que le di, aunque estoy seguro de que no entendió muy bien lo de los seres humanos imperfectos (cuando se da una explicación clara a los niños siempre es conveniente añadir por lo menos una frase que le suene extraña, para que vean que uno sabe más que ellos), no volvió a quejarse nunca más de nuestros defectos, ni nosotros de los de ella. Simplemente, cuando en algo fallábamos, nos esforzábamos por respetar este acuerdo: "Yo te soporto igual como tú me soportas", un canto al soporte mutuo.
Los padres que consideran que sus hijos son el centro de todo, que les dan todo lo que piden, a la hora que lo piden, y no les enseñan que también son parte de las causas que generan algunos problemas, no saben el daño que les hacen. Cuando lo aprenden por sí mismos más tarde en la vida, suele ser demasiado tarde. Ya se han metido en diezmil dificultades debido a su mal carácter.
Por eso nunca me gustó ser el centro de mi hogar, ni permití que ninguno de sus miembros lo fuera, ni de palabra ni de hecho. La norma era: "Aquí todos somos parte de una familia, y muchas cosas las trabajamos en equipo, otras individualmente. Pero ninguno es más importante que otro. La diferencia solo consiste en que cumplimos diferentes funciones, cada una con sus propios deberes y derechos. Fin de la historia.
Y no quiero que esa filosofía cambie cuando me haya ido, de modo que alguien piense que 'se fue el centro de nuestra vida'. Manan.
A veces digo en broma, refiriéndome a mi esposa: "Pochita es todo para mí". Hago una pausa, y añado: "Se agarra toda la cama, todos los canales, toda la comida, todas las cosas, la cocina, el comedor, jajajaj". O cuando me dice: "Te quiero matar a besos", le digo: "¿A besos o a veces?", y jajajaj se ríe con su sonrisa de rayos de sol. En realidad, no ha sido fácil, pero finalmente ella concordó con el hecho de que a los hijos se los debe criar de modo que aprendan a usar su libertad, no para echar a perder su vida, sino para que le saquen el mejor partido. Y felizmente, así fue.
Bueno, también confieso que mi esposa, con el tiempo y con tantas ideas que rayaban en disparate, se convirtió en un océano. No me refiero al mar sino a un "o sea, no". Porque se especializó en darme la contra, jajaja.
Por eso he suplicado a mi esposa e hija que, en caso quieran colocar un epitafio en mi última morada, escriban: "Caramba, ¿tantas vueltas para esto?", o en todo caso, copiar a Groucho Marx, cuyo epitafio decía: "Disculpen que no me levante". O quizás algo tan sencillo como: "¡Un comercial y regreso!".
El punto es que la vida continúa.
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