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Mi esposa, Pocha, nació en 1956 en Chincha, Perú. No es que viviera toda su vida allí, sino que era hija del reconocido maestro y Director de Educación Eloy Aníbal Arriola Senisse, y de Angélica Benedetti, también maestra puericultora de carrera. Toda la familia se trasladaba cada cierto tiempo a diferentes zonas del Perú, siguiendo las directivas del Ministerio de Educación. La abuelita paterna de Pocha tambien fue maestra. Fundó una escuela para párvulos en Chincha.
A Pochinha, como solía decirle su tío Pedro Benedetti con mucho cariño, se le ocurrió nacer en esa bella tierra. Por eso es una chinchana pata calata vende colao talón rajao.
Su nombre es Porcia (se pronuncia Porsha), pero a mí me gusta decirle Pocha. Ella llegó a ser todo para mí. Porque siempre se agarra todo, toda la cama, toda la televisión, todas las vacaciones, toda la ropa, jejej. Bueno, se lo merece. Reconozco que no he sido fácil de soportar (ella menos, jajaja).
Cuando la conocí, a fines de 1974, no me dio importancia ni yo a ella. Yo no estaba todavía interesado en iniciar una relación estable con nadie. Era natural que ella se mostrara reservada con este mortal. Ningún chico podía tratarla como si estuviera dispuesta a salir con cualquiera. Eso me agradaba. Además, yo tampoco me había fijado en ella. No le daba confianza, en el sentido de no darle a entender nada personal.
Yo había dado por concluida una relación anterior por pensar que no funcionaría en el futuro. Fue una separación muy difícil para ambos. Pero pensé que sería muy egoísta de mi parte continuar, si temía que no funcionaría. Además, ella había soñado con casarse con un gringo bien plantado, (¡y años después lo consiguió! Se casó un gringo churro bien plantado, tal como fue su deseo, y formó un buen hogar que perduró en el tiempo. Eso me consoló y me hizo muy feliz).
Por eso, por precaución y por un tiempo prudente, preferí no darle a saber nada a Pocha acerca de mis sentimientos. Ella no se dio cuenta de que había captado mi atención. No quise pasar otra vez por la experiencia de un rompimiento si la relación no funcionaba. Se sufre mucho. No es justo ilusionarse e ilusionar a una chica y luego terminar.
Por eso, por precaución y por un tiempo prudente, preferí no darle a saber nada a Pocha acerca de mis sentimientos. Ella no se dio cuenta de que había captado mi atención. No quise pasar otra vez por la experiencia de un rompimiento si la relación no funcionaba. Se sufre mucho. No es justo ilusionarse e ilusionar a una chica y luego terminar.
Y aquí una foto con sus compañeras de promoción, algunas de las cuales fueron a nuestra boda.
Fue una casualidad y coincidencia que nos bautizáramos juntos como testigos de Jehová el 7 de setiembre de 1975. Pasaron cuatro años y nos casamos, en 1979. Encargamos a Paloma, nuestra hija, en marzo de 1981, que nació en diciembre de ese año. A los nueve años de edad nuestra hija también decidió bautizarse como testigo de Jehová, y a los 24 años se casó con Daniel Cabrera Chaparro, también testigo de Jehová. A los dos años nació Alejandro, y así pasó el tiempo.
Fue una casualidad y coincidencia que nos bautizáramos juntos como testigos de Jehová el 7 de setiembre de 1975. Pasaron cuatro años y nos casamos, en 1979. Encargamos a Paloma, nuestra hija, en marzo de 1981, que nació en diciembre de ese año. A los nueve años de edad nuestra hija también decidió bautizarse como testigo de Jehová, y a los 24 años se casó con Daniel Cabrera Chaparro, también testigo de Jehová. A los dos años nació Alejandro, y así pasó el tiempo.
Sabemos que no hay matrimonio perfecto. Unos se rompen, otros siguen adelante. El nuestro demostró ser de los que siguieron adelante. Pocha fue y seguirá siendo una gran mujer. El problema es que dicen que "detrás de todo gran hombre hay una gran mujer", y "detrás de toda gran mujer hay un montón de hombres", jajaja. Felizmente, Pocha siempre supo espantarlos a todos con firmeza.
Para muestra, un botón. Cierto día, ella trabajaba de recepcionista. De repente ingresaron a la oficina dos tipos armados, se dirigieron a ella y uno de ellos la encañonó con su arma diciendo: "No se mueva ni conteste el teléfono".
En el instante en que ella miró sus armas, sonó el teléfono, y dijo: "Un momentito, por favor", y contestó la llamada con toda naturalidad: "¡Aló!, bla bla bla." El delincuente casi se jala los pelos de la cólera. Cuando ella colgó, el hombre gritó: "¡¡Le dije que no se moviera ni contestara el teléfono!!".
Como era día de pago, ella se percató de que había dejado su sobre a la vista. ¿Qué haría? Justo en ese instante ingresaron unos seis u ocho asaltantes más, todos armados con metralletas. Ella aprovechó la distracción y, calmadamente, agarró su sobre de pago delante del delincuente, lo metió al cajón, le echó llave y se metió la llave en un bolsillo.
Entonces, otro delincuente, que parecía ser el jefe, gritó: "¡Todos al baño!". Pochita se puso de pie para ir con todos. Pero el que la encañonaba le dijo: "¡Usted no! ¡Siéntese! ¡Usted se queda a contestar el teléfono!". Ella respondió: "¡No! El señor ha dicho que vayamos al baño, y yo también voy al baño con todos!".
El hombre insistió: "¡¡Nooo!! [vulgaridades] ¡Usted se queda a contestar el teléfono [vulgaridades]!". Pero ella le contestó: "¿Cómo? ¿No me acaba de decir que no conteste el teléfono? ¡¡Yo también me voy al baño con todos!!", se puso de pie, sin miedo, y fue al baño con los demás. El tipo exclamó: "¡Caramba! ¡Qué terca!", y murmuró: "¡Bueno, bueno! ¡Vaya, vaya con los demás!".
Ya en el baño, vio que todos los gerentes y sus secretarias estaban en el piso, agachados, en posición de rezo musulmán. Los habían despojado de todo. Felizmente, a Pochita no le quitaron su dinero, tampoco llevaba joyas ni nada.
El día que el seguro pagó los daños, el gerente la llamó para darle el dinero, Él suponía que a ella también le habían robado. Pero Pocha le explicó que había guardado a tiempo, y bajo llave, su pago y que no le robaron nada. El gerente insistió, pero ella insistió más. Le dijo que un testigo de Jehová no debe mentir. Entonces, ella recordó que aquellos delincuentes se habían llevado su casaca de cuero, nueva. Entonces, el gerente le dijo: "¡Basta! ¡Tome, vaya y cómprese otra". Y esa vez, el jefe ganó la discusión.
Cuando regresó a casa y me contó lo ocurrido, me impactó tanto que le pregunté: "¡Te moriste de miedo?" Para mi sorpresa, dijo: "No. Todo el tiempo estuve tranquila. Hasta me esforcé para que no se dieran cuenta de que me daban risa. Seguramente eran los nervios, no sé. Al principio pensé que eran armas de juguete y que los muchachos de la oficina me estaban jugando una broma. Pero cuando el hombre gritó e hizo el ademán de que colgara el teléfono, me di cuenta de que era verdad. Ahí sí me asusté un poco, sobre todo cuando entraron los demás hombres, armados hasta los dientes". Después nos enteramos de que se rumoreó que se trataba de la temida Banda de Los Destructores, que había sembrado el pánico con sus atracos.
Pochita es cosa seria. No te metas con ella, jajaja. Cuando decidí casarme, recordé un dicho: "Si quieres tener una buena esposa, consigue una buena madre". Y Pocha resultó ser una buena madre y abuela. Que Dios siempre la bendiga ricamente, sobre todo por soportarme (y, por favor, a mí tambien por soportarla a ella).
Pocha, 2020
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